Mañana, día 14 de septiembre, voy al médico. Al ambulatorio de San Andrés, 10.15h, por si alguien se anima. Nada grave, un chequeo básico con análisis de regalo y probablemente volante hacia un par de especialistas. Rutina sanitaria.
Por eso mismo, en vez de centrarme en mis patologías y en mis tejidos, como os gustaría que hiciese para no notar el cambio brusco con la tónica general de otros blogs, compartiré con vosotros mis técnicas para pasarlo estupendamente en hospitales y centros de salud.
Los mejores amigos no se hacen en la infancia, ni en la carrera, ni en los botelleos, ni en las carreras hípicas, como muchos pensáis. Las amistades de verdad, las que permanecen imperturbables al pasar del tiempo e incólumes ante los avatares de la vida, nacen en las salas de espera de nuestros centros sanitarios.
¿Qué es la amistad sino una relación basada en la confianza, en la lealtad y el cariño? Pues esos son precisamente los tres soportes sobre los que se sustenta la esencia de toda buena sala de espera.
Allí, señores y señoras que no nos conocen de nada, nos cuentan que les duele la cadera cuando hacen así, que se han dejado la comida en la lumbre porque hoy vienen a comer sus hijas, que este verano ha habido menos medusas que el anterior y que a Bea no la embellecen hasta el año que viene. Ante semejantes confidencias nadie debería permanecer impasible.
Además, da igual que uno no tenga ganas de hablar. De hecho, ni siquiera es necesario. Yo suelo permanecer todo el tiempo con las gafas de sol puestas, sobre todo cuando la consulta es antes de las diez y media de la mañana, para no alardear de ojeras sin necesidad. Otras veces participo más activamente. Incluso es posible que de forma involuntaria:
- ¿Han llamado ya a los de las nueve y media?
- No sé, me parece que ese atractivo mozalbete de ahí, el de las gafas, tiene las nueve y veinte.
- ¿Lleva usted las nueve y veinte?
En la sala de espera siempre le tratan a uno de usted.
- Ehhmmmm... Sssí (bostezo). Pero parece que lleva retraso porque acaba de entrar la de las nueve.
- Bueh... Pues esperaremos.
- Qué remedio.
- Su cara me suena.
Esto último me pasa habitualmente. Me confunden con otros pacientes célebres de la sala de espera.
- ¿Usted no estuvo aquí la semana pasada por escozor en la axila?
- No, me debe estar confundiendo con otro. Mis axilas siempre han estado lozanas y saludables.
- Ah... [...] Este año ha habido menos medusas que el anterior, ¿eh?
Y así se prende la chispa de la complicidad gremial y de la amistad. Probad a quitaros los auriculares del emepetrés la próxima vez y ya veréis, ya.
6 comentarios:
¡Qué grandes verdades! ¿Y te has encontrado ya con la señora que no se atreve a contrariarte? La que te dice:
"Es que la sanida está fatal, este gobierno no sé qué hace"
"Pues a mí me parece que funciona muy bien, está todo muy bien montado, los de antes sí que lo tenían fatal"
"Sí, sé, eso está claro, como este gobierno ninguno, los anteriores es que eran unos delincuentes, ahora sí que funciona bien la sanidad"
Me encanta, siempre me dan ganas de venderles algo, seguro que no se niegan ^^
Abuelos, son encantadores. A veces.
No nos mientas... Te picó una medusa en la axila, seguro; estuviste en esa consulta la semana pasada, tonteando con la del dolor en la cadera y, por supuesto, te mueres de ganas de contarnos el modo en que tus tejidos subcutáneos se inflamaron hasta el límite provocando un dolor insoportable que aguantaste estoicamente sin la más mínima queja y/o lamento mientras escuchabas Los chunguitos en tu emepetrés.
¡A que sí!
¡Muchas felicidades! Luego te llamo.
Revise usted su bandeja de correo en busca de un regalo de cumpleaños por mi parte.
Superflicka, claro que me he encontrado con esos especímenes. Y con abuelitas adoptivas. Y con plañideras y plañideros. Y con especialistas en prisas... Lo que se está perdiendo el mundo del monólogo.
Chú, sobre todo cuando te dicen lo mucho que te pareces a todos tus ancestros. La nariz del tío tal, los ojos de la abuela cual, el lóbulo parietal del abuelo nosecuál... Saben cómo hacerte sentir ajeno a ti mismo.
Tamaruca, podías haberme dicho que eras tú la que estaba enfrente, con gesto distraído y una enorme grabadora de dos micrófonos de pie espiando todas nuestras conversaciones.
Agus, ¡¡Muchas gracias!! Tu hermano me acaba de mensajear desde la misma Inglaterra. Qué disparate.
Pako, Lo acabo de ver... Y claro, estaría feísimo decir que no a un regalo tan bienintencionado. Ya te pillaré, ya.
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