lunes, 28 de enero de 2008

Reciclaje

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- ¿Qué ocurrirá cuando todas las palabras de la wikipedia sean hipervínculos?

- Ningún padre debería sobrevivir a sus hijos, decía Théoden. Ni al revés, digo yo.

- Ya estoy harto. A partir de ahora voy a hablar siempre en prosa.

- En las películas de mediodía y fin de semana, los malos tienen un doblaje muy característico que enseguida les delata.

- No me gustan los anuncios de perros que hablan. Prefiero los de repostería que habla.

- A partir de ahora voy a conducir siempre en pijama. Es el primer paso de mi plan para destruir la civilización.

- Una de las ventajas de internet es que puedes ver todo lo que los demás quieran cuando todos los demás quieran.

- El otro día compré Juanolas. Por fin podré decir "¿quieres Juanolas?" y no sentirme fatal después.

- No sé si os habéis dado cuenta, pero Alfredo Landa de mayor es Miliki.

- ¿Se pueden tener granos en las espinillas sin ser redundante?

- Conducir masticando chicle me da un interesante aire desenfadado, además de náuseas.

- Hay que ver la de cosas que se pueden hacer con los elementos de la tabla periódica.

- Mi DOMO marca los números de dos en dos. Vivo en la abundancia.

(Dedicado a Pablo, Ruf y a los otros dos o tres que me piden entradas con frasecitas cortas)

sábado, 26 de enero de 2008

Mi San Valentín más especial (continuación)

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Fue hace tres años, cuando aún me encontraba en pleno uso de mis facultades. Sobre todo de mi Facultad de Derecho. Entonces solía ser amado, temido, respetado, envidiado, venerado, denostado, admirado y tergiversado, a partes iguales, por toda la comunidad universitaria.

A principios de febrero, o sea, dentro de unos días, me comunicaron que el día 14 debía dar una conferencia a un grupo de jóvenes sacerdotes recién llegados de la Archidiócesis de Toledo para recibir las altruistas perlas de mi sabiduría.

En un primer momento el título de la conferencia era "La importancia del estudio del Derecho en los planes de estudio de los seminarios: cuestiones conflictivas entre Moral y Derecho" y tenía a mi disposición dos sesiones, a dos horas la sesión.

En un segundo momento el tema era el mismo, pero disponía de dos escasas horitas. Me pareció poco pero preparé una disertación para chuparse las meninges y que quedara fetén en tiempo récord.

Quince minutos antes de la conferencia, el Vicario General toledano me dijo que debido a ciertos imprevistos tendría que comprimir la lección a una hora. Pero no es el momento de jactarme de mi capacidad de síntesis, o lo que es lo mismo, de mi don para hablar con tal rapidez que sólo ciertas modalidades de celentéreos pueden entenderme.

La cuestión es que quise destruir el mito de una vez por todas. Acabar con la leyenda. Porque yo, a diferencia de Will Smith, no soy leyenda. Yo soy de carne y hueso, con sentimientos y tejidos orgánicos. Y consideré llegado el día. Entonces o nunca. Ya estaba bien de que tres tercios de la población murciana me tomaran por sacerdote, hasta el punto de ser requerido en dos ocasiones para recibir en confesión.

Opté por mi traje gris, quizá por ser el único que tenía. Pero lo acompañé de una camisa a rayas azules y rosas estridentes acompañada de una corbata rosa chicle aún más estridente. Me desordené un poco el pelo y llegué con mis RayBan de aviador y una barba rala de tres días de edad.

Pues eso mismo. Mientras cientos de parejas se contemplaban embelesados, se decían piropitos y se obsequiaban con fruslerías envueltas en lazos, yo reivindicaba enérgicamente mi condición laical ante la paradójica incredulidad de casi cincuenta curas.

martes, 22 de enero de 2008

Los privilegios del estamento eclesiástico en la España de anteayer

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No iba muy deprisa, de verdad. En kilómetros por hora quizá sí, pero en millas bastante menos, y en nudos ni os cuento. Pero si ya de por sí los miembros de cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado no suelen atender a ese tipo de sutilezas, cuánto menos a mi genial argumento del embarazo ectópico sobrevenido que tengo siempre preparado como excusa perfecta ante compromisos indeseados, bailes de máscaras y fiestas de lanceros.

Cuando vi a la pareja de la Guardia Civil darme el alto a base de ráfagas de luz y gestos casi obscenos, paré el coche y pensé en el lado bueno del asunto: tenía la oportunidad de decir dentro de contexto "¿ocurre algo, agente?". Pero ni así. Fue demasiado. Conforme los veía acercarse mi pulso se iba acelerando hasta alterar varios sismógrafos de la zona y empecé a emitir pequeños gorjeos que hubieran hecho las delicias de cualquier ornitólogo.

Sin embargo, al bajar la ventanilla sucedió lo inesperado. Como tantas otras veces, la música de los grandes polifonistas españoles del siglo dieciséis me acompañaba en mi recorrido, pero hasta entonces no había surtido más efecto que solemnizar el trayecto. En esta ocasión, los acordes de la Missa pro defunctis de Frei Manuel Cardoso hicieron mucho más. En concreto, creo recordar que la frase exacta del señor guardia fue "perdone, padre, puede usted continuar".

Seguí mi camino con el firme propósito de comprarme un alzacuellos fosforescente por si la próxima vez me tocan agentes menos escrupulosos.

domingo, 20 de enero de 2008

Denuncias por palabras

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Piso céntrico, sin luz, metropolitano, todo exterior, a medio gas y de otros modos. Interesados aportar argumentos.

Vendo perro microscópico voraz, instintivo y balbuciente. Responde al nombre de pila con frases hechas y derechas.

Hombre tímido y retraído busca paquidermo de su misma estatura para frenar bruscamente la tasa de natalidad.

Señorita atractiva e invertebrada acogería a Beethoven en su regazo a efectos de trámite. Abstemios abstenerse.

Se abre el plazo para incumplir deberes impuestos sobre la renta de las personas físicas.

Prestigioso científico busca descubrimiento olvidado.

Cristina. Caderas salomónicas. Brazos de gitano. Pechos fehacientes. Alas opcionales o a cualquier otra hora.

No os quejaréis.

viernes, 18 de enero de 2008

Boy scout de guardia

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Ayer, en llegando a mi casa a eso de las doce de la noche, me tropecé con un señor de rasgos caucasianos tumbado en la acera. Descarté como posibilidades la siesta -por la hora- y la muerte -por la respiración-. Quedaban la narcolepsia y otras enfermedades de transmisión sexual, tales como el alcoholismo o el el síndrome de tourette.

Lo cierto es que me apené. Uno tiene su corazoncito y además hacía un frío que pelaba. Mi móvil, pletórico de batería, se negó a llamar a cualquier número de tres cifras, así que me vi obligado a requerírselo en nombre de la caridad a un ecuatoriano que pasaba por allí en compañía rusa y femenina. En el 112 me aseguraron que la ambulancia estaba en camino.

Pasó media hora. Pasó otra media hora. Hora siguiente. Y vi yo que nada de aquello era bueno. Más que nada, porque si no llega a ser por un chico y una chica trabajadores del Pizza Express que me ayudaron a sentarlo, a reanimarlo, a darle agua, a encenderle un pitillo, a llamar a su suegra, a contactar con su mujer que tenía turno de noche y a llevarlo finalmente a la que dijo ser su casa de donde salió otra señora que dijo ser también su mujer, el hombre se nos muere allí mismo de puro frío.

Lo único que pasó, en la hora y cuarto que duró el evento, fue cerca de una unidad de millar de camiones de ingeniería urbana con diversas funciones que, si bien no le hubieran salvado la vida, le habrían dejado limpísimo a golpe de chorro de agua para luego depositarlo en el contenedor de material orgánico más próximo.

Sí, es verdad que casi me da un soponcio cuando la chica, trabajadora social además de pizzera, le animaba a que vomitara en pro de un alivio rápido y eficaz.

También es cierto, no lo niego, que el compañero de la chica tenía aspecto siniestro y taciturno y que me inquietó un poco cuando me contó que su casa estaba llena de videocámaras que conectaban con los cuatro televisores de su habitación, donde custodiaba dos espadas preparadas "por si entraba alguien".

Y no es menos verídico que prácticamente salí huyendo despavorido cuando el hombre yacente dijo, como primeras palabras, ser sargento del ejército ucraniano y disfrutar "matando a todo el mundo".

Pero vamos, así, visto en global, yo creo que me contó como buena acción.

¿No?

jueves, 17 de enero de 2008

Distensión

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Musa, qué hermosa eres, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos. La inspiración, después de abandonarme durante unos días, vuelve y me atropella con una noche, la de ayer, en la que me sucedió algo digno de contar y obligatorio de leer.

Acudo presto a la cita con uno de esos amigos pianistas que todos solemos tener, a los que puedes estar sin ver durante años porque sabes que cuando se produzca el reencuentro siempre te recordarán el dinero que les debes. Y decidimos tomar un tentempié chic en una cafetería chic de Vieja Murcia.

Mi amigo, al que llamaremos Fran por ser éste su verdadero nombre, estrena móvil y está en plena campaña de captación de fotos de amigos para dar vidilla a sus llamadas recibidas. Al fracasar en su primer intento y emprender el segundo, de repente y sin mediar palabra ni nada en absoluto, la señora de la mesa de al lado se pone en pie, se acerca y, a dos milímetros escasos de nuestra presencia, nos dice serena:

- No os preocupéis, que ya os he hecho yo la foto.

Fran y yo nos miramos y, yo al menos, intento contener esa risa nerviosa que me da en funerales, en bibliotecas y en cafeterías chic ante señoras serenas.

- Sí, mirad.

Y nos enseña el display de su cámara de fotos digital de equis megapíxeles con nuestras efigies reflejadas.

- Ni soy de la prensa ni estoy loca, estad tranquilos -continúa, siempre con la misma cara de serenidad sonriente producto de haber ingerido una dosis de lo que sea mayor de la permitida. Es que me encantan las muestras de cariño y amistad, sólo eso. No sabéis lo mal que lo estoy pasando, ¿eh?

Empezamos a sospechar que acabará sentándose con nosotros.

- Mirad, perdí a mi hermano el mes pasado y ahora he cortado con mi novio, y bueno, pues eso, ¿no?

La pena sincera que nos da no quita que sigamos pensando que acabará sentándose con nosotros. Y sin solución de continuidad:

- ¿Sabéis que soy masajista? Podéis pasar cuando queráis, mi consulta está ahí -dice, señalando una pared. Doy masajes de Shiatsu. Por ser vosotros, os los regalo. Pasad cuando queráis. Un placer, hasta luego.

Y se va por donde ha venido. Se va y nos deja una sensación hasta ayer desconocida mezcla de compasión, perplejidad, lástima, confusión, ganas de recibir un masaje gratis y, sobre todo, inquietud por haber cedido derechos de imagen sin querer cederlos.

miércoles, 16 de enero de 2008

Impresiones pop

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A petición populachera, os pego aquí la crítica que hice el pasado lunes sobre el concierto de La Casa Azul. Que lo disfrutéis con salud, dinero y amor, que son tres cosas que hay en la vida.

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Premisa:

Me gusta la música pop y me gusta La Casa Azul, porque es un grupo ñoñico formado por un señor llamado Guille Milkyway (William Vía Láctea, por si hay alguien de Burgos) que se hace pasar por cinco chicos estéticamente similares a un híbrido entre Scooby Doo y los Looney Tunes. Los podéis ver aquí en acción, por si no los conocéis. Ninguno de esos chicos canta. Ninguno toca. Todo lo hace Guille desde la sombra, al igual que hizo Amo a Laura. Digamos que es un señor que vende imagen (a precio galáctico, como su propio apellido indica).

(¡Eh, miradnos, nos han flanderizado!)

Impresiones:

1. El público del concierto era de lo más variopinto: desde padres con hijos hasta padres sin hijos, pasando por todas las demás posibilidades. Se veía gente sana, que había merendado bien.

2. Guille apareció y comenzó con La revolución sexual, la canción que da nombre a su nuevo cd.

3. El montaje fue estupendástico. No puedo decir nada más porque Guille está al acecho y me sacude con el bastón pop de la muerte instantánea, pero se lo ha currado mucho.

4. Al minuto tres con cuarenta y seis segundos se le saltó una cuerda. No una cuerda de la guitarra, sino una cuerda vocal, y a partir de ahí no levantó demasiada cabeza, por muy rasurada que ésta se hallaba (para los entendidos en música, hubo canciones que descendieron una cuarta completita respecto a la versión del cd). No obstante, mantuvo la tensión como buenamente pudo e incluso hizo que yo saltara como una ágil gacela durante varios minutos del concierto.

5. En otro momento dado, tiró tres botellas de agua sobre las que había depositado sus babas y quién sabe qué excreciones más. Una cayó a mis pies y estoy pensando en subastarla en eBay con una puja de salida de 500 millones de euros.

6. Durante todo el concierto, Guille, como buen vendedor de imagen que es, se dedicaba a poner caritas de ser humano tímido y retraído y decía cosas como "ains, cuánta gente", "ains, cómo os quiero" o "ains, tengo regomello". Era realmente curioso y estremecedor ver cómo todo el mundo pensaba que lo decía de verdad. Había dos chicas a mi izquierda que poco más y se hacen pipí de ver que Guille era taaaaaan tímido. ¡Serán berzotas! ¡Que es una pose, tontucias! (¿se deberá este párrafo a los celos?).

7. A las dos de la madrugada, hora interestelar, empezó a pinchar discos en la Sala Doce y Medio, donde acudí presto para ver si me firmaba la botella con saliva y otras excreciones, y poder así situar la puja de salida en 1.200 millones de euros, cosa que no ocurrió jamás.

8. A las tres y media de la madrugada las piernas me temblaban, los oídos me temblaban y el esófago inferior me temblaba. Me debió de hacer mal la botella de agua mineral que bebí para acompañar la sesión de música pop que nos iba poniendo Guille, y que pasaba de cosas japonesas con sonidos Gameboy hasta "Juntos" de Paloma San Basilio con la habitual falta de coordinación en estos casos.

No hay nada más que decir. Que cada cual saque las conclusiones que quiera, siempre que coincidan con las mías.

lunes, 14 de enero de 2008

Porteros a mí...

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Mi novia trabaja en un edificio, el cual tiene un portero, el cual es hombre de pocas palabras, las cuales suelen ser desagradables y enfurruñadas.

¿Qué os quiero transmitir con este prodigioso encadenamiento de oraciones subordinadas adjetivas o de relativo?

Pues que el otro día, como suele pasar, fui a recoger a mi mencionada novia al mencionado trabajo y, puesto que estábamos a 56 grados bajo cero, decidí resguardarme en la amplísima entrada del mencionado edificio, en la que incluso hay un sillón tan mullido como marronáceo.

El portero, al verme, me miró y, sin mediar palabra, me dijo que estaba prohibido esperar en la entrada, que eso no era ninguna sala de espera y que allí no se podía estar. A lo que yo, naturalmente, respondí en estilo directo:

- ¿Pero quién se cree usted que es? ¿Qué clase de atropello es este? ¿Acaso piensa que por tener una escoba en una mano, un recogedor en otra y una espátula en la otra puede dirigirse a mí en esos términos? ¿Quizá se cree superior sólo por el hecho de usar gafas que pasaron de moda en la época de Shirley Temple? Es usted un maleducado incapaz de compadecerse de un pobre y atractivo briboncete que pasa frío en la calle. Y esto, señor mío, no quedará impune. Me van a oír. Por lo pronto voy a pasar y si me quiere echar va llamando a la grúa, que de aquí no me muevo.

Así se lo dije, casi literalmente. Literalmente dije:

- Sí señor.

Yo creo que la idea quedó clarísima.

sábado, 12 de enero de 2008

Viajes de placer (una de romanos)

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Al igual que la política hace extraños compañeros de cama, mi tesis provoca extraños desplazamientos en el espacio y en el tiempo. Ante la necesidad de escudriñar archivos y bibliotecas con el resultado de acabar cubierto de sabiduría, polvo y ácaros de diverso tamaño y condición social, la confección de la tesis ha requerido dos viajes de distinta índole.

Sobre la semana en Almería ya os conté.

Sobre Roma no os había dicho nada. Fue en febrero, hace casi un año, para desentrañar ligeramente el Archivo Secreto Vaticano. La experiencia resultó bastante abracadabrante. Yo me imaginaba haciendo de Adso de Melk mientras mi director, a lo Guillermo de Baskerville, me orientaba por angostos pasillos con la ayuda de un candil y de orientaciones confusas en el contexto de una abadía llena de benedictinos sospechosos.

Si quitamos el candil, los angostos pasillos y la abadía, y sustituimos a los benedictinos sospechosos por funcionarios trajeados, fue exactamente igual. Es decir, quedó la confusión. No obstante, a los pocos días me familiaricé por completo con las costumbres romanas y vaticanas. A los pocos días, justo cuando tenía que volver. De aquel viaje conservo algunos recuerdos en salmuera:

- Me recuerdo perdiendo en el avión el único abrigo impermeable que llevé, tasado en unos cuatrocientos euros.

- Me recuerdo cogiendo taxis como un poseso para recuperar mi chaqueta, ascendiendo el montante de los taxímetros hasta casi el coste del abrigo.

- Me recuerdo inventando un idioma graciosísimo que ni siquiera yo acababa de entender pero que me servía para que me sirvieran todos los días el desayuno en una cafetería regentada por un matrimonio cubano exiliado.

- Me recuerdo llegando a la Plaza de San Pedro una hora antes de la cita con mi director, a las ocho de la mañana, aterido y emocionado hasta las lágrimas en el epicentro de la cristiandad bajo un cielo azul celeste, dos o tres monjas en la lejanía, un par de turistas y absolutamente nadie más.

(Foto de móvil tomada in situ. Obsérvese el cielo azul. Duró aproximadamente lo que dura la foto)

- Me recuerdo entrando a la Ciudad del Vaticano con mi director y con la curiosidad de un doctorando de provincias, dejando atrás a dos guardias suizos vestidos con el uniforme de siempre pero en negro y azul oscuro.

- Me recuerdo pasando los trámites para obtener el carnet de investigador y subiendo a la sala de investigación, donde encontré gentes pluriformes, desde un fraile vetusto hasta una pizpireta joven norteamericana. (Nota: en el Vaticano funcionan con Mac. ¿Será por el color blanco?)

- Me recuerdo al segundo día bajo un cielo gris oscuro y tormentoso que duró el resto del viaje.

- Me recuerdo intentando buscar algo de abrigo en Via Corso haciendo más uso de mi idioma inventado y comprobando que durante el cambio de temporada la tela impermeable en Roma está terminantemente prohibida.

- Me recuerdo comprando un traje negro de pana que no venía a cuento.

- Me recuerdo comprando un sombrero que no venía a cuento.

- Me recuerdo comprando por fin un abrigo nueve tallas mayor que la mía de presunta tela impermeable en un outlet clandestino.

- Me recuerdo huyendo de la Vía del Corso para no acabar esa noche compartiendo una lata de garbanzos en una comunidad de emigrantes albaneses al calor de un gato en llamas.

- Me recuerdo el último día, en el aeropuerto, con una tormenta en todo su esplendor, el avión anterior al mío cancelado por el temporal, y yo buscando un huequecito para pasar la noche en vela aferrado a mi maleta y a mi portátil.

Fue mi segundo viaje a Roma. La primera vez todo fue turismo, chanza y alboroto. Esta vez, de forma absolutamente subconsciente, no lancé nada en absoluto a la Fontana di Trevi.

Y todo esto para contaros que la semana que viene salgo para Pamplona. El año que viene os cuento.

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jueves, 10 de enero de 2008

De Prada


Comencé a leer en serio a Juan Manuel de Prada no hace mucho, si comparamos mi edad con la de cualquier sequoia adulta. Mi buen amigo Antimo me recomendó "La tempestad" y no hizo falta más. Hasta entonces le había leído algunos articulillos sueltos, pero nada de enjundia y manteca.

Y fíjate tú que se vino a unir que me divirtieron los tormentos y padecimientos del doctorando en Venecia con que se me hacía antojable una persona que muchos tachaban de esquizofrénico: articulista beato y novelista pornográfico. Así que me dediqué a investigar.

A día de hoy, salvo "Desgarrados y excéntricos" y "El séptimo velo", he leído todo lo que tiene publicado. Me quedé con el sabor de boca de "La vida invisible", la que estimo su mejor novela con "Las máscaras del héroe". Igual algún día le dedico un post serio y todo.

Si seguís mi blog desde el año pasado, sabréis que por estas fechas llegaba yo a mi Murcia natal de una miniestancia investigadora en Almería, que duró lo que suele durar una semana. Me dio tiempo a hacer y deshacer tesis durante el día y a pasar las noches en una pensión monoestelar y mediopelense, con habitáculos de un solo enchufe situado encima del váter y con un vecindario consistente en prostitutas a mi derecha e inmigrantes a mi izquierda en singular competición de golpes y sonidos buconasales. Las sirenas de policía acompañaron las audiciones con sus arpegios las seis noches que pasé allí, embutido en un compendio de sábanas y mantas a la espera de que alguien deslizara un anónimo bajo mi puerta o de encontrarme con un cadáver humano en el living.

Yo creo que le cuento eso a Prada después de la conferencia de mañana y le da para la segunda parte de "La tempestad". Y si le volvieran a dar el Planeta, me pido su hemisferio norte.

martes, 8 de enero de 2008

Duke

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La tesis apremia. Los plazos se cumplen. El fin es inminente.

Por eso mismo, porque me paso el día, no ya bailando, sino revisando, corrigiendo y parcheando, no puedo escribiros nada que os interese y recurro a soluciones fáciles.

Con todos ustedes... ¡mi perro comiendo natillas!

domingo, 6 de enero de 2008

Los musulmanes de la Región se organizan para tener voz ante la Administración

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Y además, a mí los Reyes Magos me han traído:

- Un reloj que no se lo salta un galgo.

- Dos camisas como para parar un tren.

- Una chaqueta también llamada americana.

- Una bufanda de armas tomar.

- Unas converse que no son converse.

- Cuatro cremas cuyas propiedades y funciones desconozco.

- Otras converse verdaderas.

- Una camiseta converse verdadera que llevo puesta.

Los Reyes Magos, decididamente, pretenden que cambie de look o, cuanto menos, renovar mi vestuario (complementos y cosméticos incluidos).

Pues eso, que viva el materialismo.

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sábado, 5 de enero de 2008

Cosas que nunca os diré

- Que el jueves, tras otra sesión videoconsolera que transcurrió apacible y fogosa entre las tres y pico y las nueve y pico (todo p.m.), mi coche no estaba donde siempre dice estar. La grúa había hecho de las suyas y ahora tengo un -160 a los puntos económicos para afrontar el combate contra el mes de enero y un +50 a los puntos de odio a las autoridades. A ver si el Master se porta bien y me lo compensa de algún modo. Por lo pronto, he interpuesto un recurso chulísimo con palabras tales como "inveraz".

- Que tengo las entradas para el concierto de La Casa Azul en Murcia, y que es mi primer concierto de música no clásica de los de permanecer de pie todo el rato. Tengo muchas expectativas sobre mí mismo y creo que lo haré bien, pero aún me queda por aclarar si se puede aplaudir entre pieza y pieza o si únicamente está permitido emitir toses y estornudos como en los conciertos de auditorio y pandereta.

- Que ayer fui a ver "Viaje a Dajeerling" y me caí por las escaleras rectilíneas que daban a la sala de proyección. El culpable, un charco de lo que parecía ser orina humana y resultó ser fanta de limón. Responderé a vuestra pregunta: no, no lamí el suelo, lo deduje por propia conveniencia. La película me gustó y Natalie Portman no sale totalmente desnuda, aunque quizá mi caída tuvo algo que ver.

- Que, también ayer, abrieron una pizzería en las proximidades de casa de unos amigos. Decidimos dar un voto de confianza al local y pedimos cuatro pizzas de diversos sabores al gusto. La de marisco resultó de un hiperrealismo que hubiera asombrado al propio Antonio López y a sus membrillos. Atención, que sí tiene desperdicio:

jueves, 3 de enero de 2008

Homenaje a los sentidos (sentido homenaje)

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Estamos a finales de mayo, o a principios de junio. Ya ha caído la noche, pese a que los días empiezan a prolongarse más de lo legalmente establecido. Las altas temperaturas tan propias de Murcia van remitiendo, y el calor, entre húmedo y directamente insoportable, va dejando paso a una brisica agradable cargada de monóxido de carbono.

Entras a la casa y cuando abrazas al Anfitrión, te alcanza ese aroma dulce y ligeramente inciensado que sólo puede percibirse, fuera de grandes catedrales, en las ocasiones especiales. La Anfitriona te recibe con dos besos cariñosos y vuelve a la premura inexcusable que le imponen los últimos retoques de la cena. Saludas al primogénito, que está dando voces en su habitación delante de la partitura de un motete, y al viceprimogénito, enfrascado en desenmarañar el árbol genealógico de la familia. Vuelves con el primogénito y empiezas a dar voces con él. Se une el perro, que aúlla casi tanto como vosotros.

Al rato, sales al patio interior. Un patio interior en pleno centro de Murcia. Te da pena no entender nada de botánica para no poder describir algún día el panorama que se presenta ante tus ojos con el grado de detalle que se merecería. Porque el patio es obra de los Anfitriones, y los Anfitriones ponen en todo lo que hacen el cariño de todo lo que aman.

Empiezas a picotear algunos aperitivos mientras van llegando los demás invitados. El Anfitrión propone algo de Mozart para empezar, y a ti te parece bien. Cuando lleguen los detractores será demasiado tarde, y por ahora el único que podría poner objeciones sigue dando voces en su habitación.

Cuando ya estáis todos, comienza un ritual que, como todo allí, adquiere un cariz casi litúrgico. El Anfitrión empieza a encender las velas que hay dispuestas por todo el patio. Te gusta la luz de las velas. Parecen dar aún más vida al patio. Lo animan. Dos o tres, a la distancia justa, desprenden una fragancia a incienso que se mezcla con la de los manjares que empiezan a salir de la cocina.

La cena transcurre rápida, deslizándose entre música, risas y anécdotas muchas veces referidas a un tiempo que te hubiera gustado habitar. Los efectos del vino que has llevado como detalle desproporcionado empiezan a hacer efecto entre algunos, que dan cabezadas al soniquete del repiqueteo del agua que borbotea en la fuente del patio.

Después de la cena, cuando has acabado de ayudar a quitar la mesa entre más risas, pasáis dentro, porque raya la madrugada y empieza a refrescar. Allí os dan las doce y la una, y las dos, y las tres, y sorprendéis a la luna desnuda y envidiosa de esos Anfitriones y esos invitados, que siguen con las risas y las anécdotas, la mistela, las copas y los vinilos de ópera, hasta que el sueño los separe.

Y llegas a casa, con sensación de plenitud, cargado con una deuda que te gustaría poder saldar algún día. Y en casa piensas que tu blog quizá pueda servir, pero lo vas dejando, te dan las uvas, y tres días después escribes esto. Y mientras escribes, te tiembla el pulso. Pero no sólo es el pulso. También te tiembla el corazón, porque con él estás escribiendo.

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martes, 1 de enero de 2008

Uno de enero, como casi siempre

Y pues que tengo el aparato digestivo y la inspiración atrofiadas de tanto turrón de chocolate con almendras y solomillos de buey con cosas por encima, voy a escribiros unas cosas sueltas que se me han ido ocurriendo conforme ha pasado este vuestro primer día del año:

- Tal y como han empezado las cosas, a lo mejor este año resulta menos displicente que el 2007. Tiene un día más de plazo.

- No he hecho lista de propósitos porque luego llegan los propósitos y se incumplen solos, por mucho que me esfuerce en incumplirlos por mi cuenta, y así no hay forma.

- Llegan los Reyes Magos la semana que viene y no se me ocurre nada que pedir. Mi versión anacoreta siempre aflora en los peores momentos.

- He acabado, por fin, "La rebelión de las masas". Os lo aconsejo. Ahora sólo me queda vencer la rebelión de las musas y poder escribir en el blog una vez al día, tal y como me propondré un día de estos.

Os deseo, como de costumbre, un 2008 imperceptiblemente menos feliz que el mío.