martes, 29 de marzo de 2011

El cuarto sentido

El piso en el que he estado viviendo durante casi quince días tenía algunas ventajas: básica y exclusivamente, la puerta daba a la calle y no a un charco de magma incandescente. También contaba con algún inconveniente: el suelo siempre estaba sucio u olía mal (cfr. entrada anterior); era de dos plantas unidas por una escalera casi vertical; no había nexo posible entre mi voluntad y la de mi sistema de calefacción; el congelador tenía polvo (congelado); y olía peor que cualquier cosa que hayáis olido o que, en general, huela.

Hoy, tras exigir mis derechos de ciudadano belga que paga sus impuestos y entre cuyas aspiraciones no figura amanecer un día sin demasiado pulso, me han comunicado que intentarían proporcionarme un nuevo apartamento. Al rato, han mandado unos técnicos a casa, que no han encontrado nada serio. Al (segundo) rato, han llamado a administración para comunicar que había explotado hace días una tubería de agua, la misma agua que se estaba estancando, adquiriendo tonalidades otoñales y desprendiendo unos efluvios que, merced al conducto de ventilación, llegaban convenientemente a mi apartamento.

Seguramente, el nuevo piso tendrá alguna desventaja, pero sinceramente, por ahora no se la huelo.

viernes, 25 de marzo de 2011

Extracciones olfativas

Mi apartamento se compone de cocina, cuartos de baño, dormitorio, suelo, cielo, huesecillo, tibia y peroné. De cuando en cuando, como todos estos apartamentos, se ensucia. Yo, que soy pulcro y que, al igual que no puedo ver llorar a un niño sin quitarle previamente los caramelos, tampoco puedo vivir en un piso empolvado, compré la semana que viene productos de colores, que son los que sirven para dejarlo todo como los chorros del oro.

La primera vez que fregué el suelo noté cierto olor intenso, como cuando uno entra en la unidad de adolescentes con problemas glandulares y aspira fuerte sus zapatillas de deporte en pleno verano. Un olor que se clavó en todas y cada una de mis pituitarias y que me costó un par de llamadas poder desalojar. Busqué su origen en los armarios, en el cubo de la fregona, en la cómoda Luis XIV... pero nada. Incluso llegué a acercar ambas narinas a mis mocasines, de los que seguía emanando el habitual olor a azahar y miel silvestre.

Cuando esto pasa una vez, es extraño; cuando pasa siempre, es normal, y entonces hay que preguntarle a tu vecina de despacho, que te dice que es por el tipo de suelo, y que el que friega el suelo ya sabe que se expone a unas horas de olor a pie de atleta. Ahora pienso si prefiero eso o tener mi propio sembrado de patatas en casa. Se admiten consejos. Y ambientadores.

sábado, 19 de marzo de 2011

El sábado por la mañana

Cansado de los días en mi apartamento, entre libros jurídicos, conexiones de internet intermitentes y limpiezas generales de bajo coste, esta mañana he decidido salir a la calle a ver mundo, a conocer las entrañas de Namur y a cruzar la mirada con algún otro ser humano distinto de mi herpes labial.

Primero he pensado en acercarme a rezar un poco a la catedral, pero su único habitante, el sacristán, más chino que vosotros y yo juntos y muy probablemente seguidor ferviente de la escuela criminalista italiana de Lombroso, Garofalo y Ferri, ha apreciado en mí rasgos de criminalidad latente o manifiesta, y me ha expulsado del templo con una delicadeza, eso sí, francesísima.

Impregnado de una insólita sensación de mercader, me he dirigido al mercadillo callejero de los sábados por la mañana, donde el destino ha tenido a bien que conociera a Silvia, una señora peruana simpatiquísima, con hija, yerno y multitud de familiares; unos belgas, otros no, todos hispanoparlantes. La hospitalidad y el savoir faire -como decimos en Murcia- no se han perdido del todo, y de cuando en cuando aparece gente que te hace perder la falta de fe en la Humanidad.

Después ha pasado lo de siempre: que he comido en un restaurante y el señor de la mesa de enfrente ha confundido su abrigo con el mío, y si me descuido no me habría quedado más remedio que vestir un tres cuartos elegante, aunque ancho de hombros.

Y así vamos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Retransmitiendo desde Namur

Dice la coplilla popular:

Las mujeres de Namur,
tienen todas un baúl.

Y yo, para cerciorarme de que esto es así y no otra de las muchas patrañas de la politburó bruxellensis, he decidido hacer aquí una estancia de investigación que no se la salta un gitano. Estanciaré durante los próximos minutos, horas, días y meses, en la zona belga francófona. ¿Es ese el motivo por el que he estado tanto tiempo sin escribir? En absoluto, pero pensadlo así si eso os hace más felices.

Por lo pronto os digo que el vuelo ha ido bien aunque una señora bastante gruesa se ha desmayado y ha provocado el estupor general; que no hace tanto frío como parece; que mi residencia merece un post (quizá un blog) aparte; y que son las siete y siete de la tarde y desde hace una hora y media sólo rondan las calles los bandidos y algunos malhechores. Esta ciudad se me antoja monacal. Menos mal que he venido a estudiar como un cerdo y no a salir de marcha loca como un cerdo.

Dentro de poco os contaré más cosas. Por ahora me conformo con que os haya sorprendido tanto este giro inesperado de guión, con tilde.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La entrada 627, en V.O.S.

Unos amigos quedan para cenar en un céntrico restaurante especializado en bocadillos con cebolla y se indignan ante el hecho incontestable de que en Murcia no hay sala de cine en versión original subtitulada. Devoran con avidez sus emparedados y resuelven crear, en cuanto lleguen a casa y se tomen el Almax, un grupo de Facebook que se llame "Por una sala de cine en V.O.S. en Murcia".

Nuestros intrépidos protagonistas y una amiga italiana que se les une por el camino remueven Roma con Santiago, Cinesa con Neocine, y a la semana el grupito ya ronda los mil habitantes. Cinesa, al rato, se conciencia, y decide dedicar en los cines Nueva Condomina una sala en V.O.S. todos los jueves a las siete y media de la tarde y a las diez de la noche.

Las dos primeras semanas días la sala triunfa, y el primer pase ronda el 90% de ocupación, mientras que para el segundo se agotan las entradas de tanto ser compradas. Los promotores se alegran, se frotan las manos unos a otros y se preguntan qué más necesitará Murcia, si es que necesita algo.