domingo, 27 de junio de 2010

Something completely different

El jueves pasado acabé de corregir los exámenes de mis alumnos, convocatoria de junio, aula 3.5, 30001, Murcia. Por tanto, según el imaginario colectivo, ahora mismo estoy en la playa, disfrutando de una caipirinha con una tapa de morcón y tumbado en un salón reclinable policromado con gruesas franjas azules y blancas. Voy a sacaros del error, que luego se me hace tardísimo.

Para empezar, ahora empieza la fase preparatoria del curso que viene. Actas, repartos de horarios, guías docentes, descanso para ingerir barbitúricos, llamamientos de exámenes de septiembre, diseño de prácticas, dolor de corazón y propósito de enmienda. Entre otras cosas. A eso sumadle que estoy trabajando en dos capítulos para sendos libros que me están quedando chupis, y que a la vuelta quizá tenga que acudir a un congreso que quedaría deslucidísimo sin mí.

¿Quiere esto decir que miraré el mar desde el monitor de mi ordenador, como en ínclitas fases de tesis ubérrimas? No, tanto no. ¿Casi? Espero que tampoco. Habrá playa, sangre y arena. Es más: el 25 de agosto, si las Parcas no lo impiden, viajaré con Ars Mvsica a Cambridge a dar un conciertazo allí y otro, si se tercia, en Londres, y volveré el día 29 con ocho anécdotas jugosísimas que os narraré con gusto. Pero nada de eso sería posible sin vuestra colaboración, así que venga, vamos, manos a la obra.

miércoles, 23 de junio de 2010

Gins and Tonics

Hasta el sábado pasado mi vida transcurría, alcohólicamente hablando, en un idílico paraíso de dulzura y melosidad. Ahogaba mi rechazo a las bebidas amargas en moscateles, rones, mojitos y, para los momentos más delicados, dosis esporádicas de bourbon, el gemelo bueno del whisky. Así, cuando mis amigos se cansaban de excluirme de conversaciones por no conocer las aventuras de Tintín ni las de Astérix, me incluían en círculos de mofa, befa y escarnio por no beber como los hombres ni mascar tabaco, costumbre esta última arraigadísima en Murcia.

Sin embargo, todo eso pasó a la historia. El sábado, mi amigo Satur organizó una deliciosa soirée en su casa, consistente en una cena estupenda preparada por las expertas manos del anfitrión, de José Miguel (debería sonaros ya) y de este su humilde servidor, y deglutida por once comensales en la terraza de un ático a la luz de antorchas con melodías retropops de fondo. Como colofón y culmen, una cata de ginebras.

Es cierto que la tónica era la inimitable Fever Tree y las ginebras, ni más ni menos que raza Martin Miller y Tanqueray nº TEN, el rien ne va plus. Adornaba el conjunto la consabida corteza de limón murciano y unas semillitas de enebro y cardamomo, al gusto. Incluso, para los más osados, una leve roción de vinagre de cava. No quise llegar a tanto. Tampoco hizo falta. Desde el sábado, podéis considerarme un hombre. Un hombre que destila amargura. Amargura destilada, por tanto.

martes, 22 de junio de 2010

Tintín, Astérix

Los dos. Los dos comics que tendría que haber leído en mi infancia para no sentirme ahora solo, fané y descangayado cada vez que alguien hace una referencia a alguno de ellos. No sé cómo me pudo pasar ni cómo se me pudo pasar. Leía a Mortadelo, a Zipi y Zape, a Pepe Gotera y Otilio, al Botones Sacarino, a Carpanta, a un montón de secundarios más y al genial Superlópez, que merece un post aparte por historias tan alucinantes como "La gran Superproducción" o "El señor de los chupetes", cuyas líneas de diálogo, si tuviéramos un mínimo de vergüenza, recitaríamos como un cristiano recita el Padrenuestro o un saxofonista la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional.

Otra entrada dedicaré a Mafalda, a ella solita. Su sola mención provoca en mí recogimiento, veneración y nostalgia actualizada año tras año gracias a la costumbre de revisarlos, del cero al once, al menos una vez cada doce meses.

Pero ni tintines ni astérixes. No preguntéis la razón; no la hay, y si la hay, no la conozco. O, más bien: no la conozco, y si la conozco, no la hay. La cuestión es: ¿estoy aún a tiempo? O dicho de otra forma: ¿podré todavía reinsertarme en las conversaciones que me faltan? O mejor aún: ¿por qué no os dejáis ya de tonterías y empezáis a entregarme todos vuestros bienes materiales?

viernes, 18 de junio de 2010

Orientación

Sólo os quería decir que esta mañana, de camino a casa, unas chicas simpatiquísimas acompañadas de un chico andrajoso aunque también simpatiquísimo me han preguntado en inglés por la Catedral. Como he notado que su acento presentaba ciertas peculiaridades y sus expresiones estaban teñidas de frecuentes giros idiomáticos, les he preguntado por su proveniencia y se han confesado más australianas que vosotros y yo juntos. Ante tal alarde de antipodismo no me ha quedado más remedio que acompañarlas en persona hasta el punto de destino y hablarles con encomiable grado de detalle acerca del Cardenal Belluga.

Diez segundos después y a diez metros de distancia del punto de despedida de las simpátiquísimas aborígenes, dos señoras ancianas, mas aún bellas, se han dirigido a mí para que les indicase la dirección de la calle San Lorenzo. Aturdido por la infrecuente yuxtaposición de los acontecimientos, les he indicado una dirección seguramente opuesta a la calle San Lorenzo, cuyo paradero desconocía entonces y con más razón desconozco ahora.

Hasta llegar a casa me he cruzado con otras dos personas solicitando información sobre paraderos ignotos a miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado.

No sé qué ocurre hoy, pero menudo argumento para una película de M. Night Shyamalan.

martes, 15 de junio de 2010

En época de exámenes

Aprovecho que pasado mañana examino a mis alumnos de Derecho Constitucional II para rememorar en este post un dos por ciento de esa época de mi vida que, según la opinión de los expertos, es la mejor de todas, y que, en el caso del que suscribe, fue un cúmulo innecesario de clases, exámenes, nervios, acné y grasas polisaturadas.

Como sabéis, en la Universidad hay dos tipos de estudiantes: los fuertes y los gilís. Me temo que yo era un gilí, si bien es cierto que nunca llevé tirantes ni presidí el club de ajedrez de la Facultad. Tampoco era de los que, en otro de los extremos opuestos, se empeñaban en acabar la carrera a los ciento ocho años mediante las dos únicas fórmulas que existen a tal fin: la dedicación a la política universitaria y la pertenencia a bandas universitarias de naturaleza armada, vulgo tuna (del inglés, "atún"). Me dedicaba a ir a clase, a estudiar como un cosaco del averno y a desayunar empanadillas con ensaladilla, como todo estudiante de Derecho esforzado y ejemplar.

Corrían otros tiempos, desde luego, y los universitarios no podíamos permitirnos asignaturas optativas, ni libres configuraciones, ni becas erasmus ni condimentos de tal ralea con los que pudiera disiparse el rigor que nos exigían unos señores circunspectos con amplias barbas y bigotes que usaban levitas, chisteras y bastones con empuñadura de ámbar. Gracias a ellos y a las empanadillas con ensaladilla se gestó una generación de estadistas, próceres y líderes natos.

Somos nosotros los que, precisamente por haber nacido en 1978, tenemos la costumbre de examinar de Derecho Constitucional a nuestros alumnos cada 17 de junio.



jueves, 10 de junio de 2010

Murcia, Japón, Suecia

Ayer celebramos el día de la Constitución murciana de 1982, de la murciandad, del morcón, de la alpargata y del orgullo huertano. En épocas de bonanza económica proyectábamos en riguroso directo, para toda la península, para todas las zonas insulares e incluso para las ciudades autónomas, la Gala "Murcia, qué hermosa eres", a veces presentada por Ramón García, otras no, pero siempre ingeniosa y finísima. Ahora, en momentos de carestía, conmemoro el aniversario de la firma de mi estatuto alquilando dos películas.

La primera, cronológicamente hablando, "Rashōmon", de Kurosawa. Lo que diré a partir de ahora, ya os voy avisando, provocará el desprecio y la crítica atroz de todos mis amigos cinéfilos y de algún otro que aprovechará la situación para despreciarme y criticarme atrozmente: no me gustó. Es más, me aburrió. A la hora de la siesta, en un día ajetreado de un mes ajetreado, el cuerpo me pedía más marcha que la que ofrece una hora y media de japoneses en blanco y negro. En penitencia, estaré un mes sin ponerme las gafas de pasta, vale.

La segunda, "Déjame entrar". Me la habían recomendado los amigos cinéfilos que ahora me desprecian y me critican atrozmente, por ser sueca y de vampiros. ¿Quién puede resistirse a una película sueca de vampiros? Pues eso, una joyita. Tierna y brutal, delicada y grotesca. Fría, contenida, de ritmo pausado pero constante. Tremenda historia de amor gótico, o románico, o amistad, qué sé yo, entre un niño rubio víctima de acoso escolar y una niña morena más vampira que vosotros y yo juntos. Y ni un solo japonés, que mira que se ponen pesados a veces.

miércoles, 2 de junio de 2010

I.T.V.

El sábado cogí el coche dispuesto a cometer fechorías con unos amigos en la provincia de Cartagena. De camino, José Miguel, perspicaz como él solo, se preguntó y me preguntó por la razón que me llevaba a hacer ostentación de una pegatina roja en la luna delantera, reveladora de que en octubre de 2009 tenía que haber pasado por la inspección técnica de vehículos, pocos días después de la celebración de mi onomástica. Desde ese momento hasta el regreso a Murcia, tras las fechorías, no pude evitar conducir con precaución extrema y con las manos al volante en posición de dos menos diez, empapado en sudor frío y con síntomas inequívocos de síndrome de Tourette.

El domingo, como tocaba descansar, dejé el coche en el garaje a salvo de guardias civiles y miembros de las Fuerzas Armadas. El lunes, a primera hora de la mañana y sin recordar del todo bien ni dónde ni cómo se pasaba la I.T.V., salí de casa y conduje, con más precaución si cabe que en el párrafo anterior, hacia lo que Google Maps señalaba como taller habilitado para la inspección de vehículos por la Consejería de Universidades, Empresa e Investigación. Lo que allí aconteció daría para varios tratados de Antropología o Gastronomía, a elegir, pero ahora estáis de exámenes y procuraré resumir al máximo.

Comencé haciendo cola durante un cuarto de hora aproximadamente, al cabo del cual reparé en que el pago era previo a la cola y que por eso todos me señalaban con el dedo según mi percepción de la realidad, algo deshilvanada en ocasiones. Bajé del coche y entré en una oficina inhóspita con carteles acerca de la documentación requerida para dar comienzo a los trámites. Intenté entonces acordarme de qué forma tiene un permiso de circulación o cuál era la textura y sabor de la ficha técnica del vehículo, hasta que di con ellos merced a mi paciencia a la hora de dejar pasar a todos los que llegaban después de mí, que observaban cómo yo, a esas alturas, había esparcido por toda la oficina inhóspita el contenido de la guantera del vehículo. Una vez pagados los treinta con diez euros, me retiré al coche e intenté colarme, aviesa intención que habría fructificado de no ser por la admonición del conductor de un Seat Supermirafiori de decoración manierista, que me invitó a posar mis cuatro ruedas ocho coches más atrás. Casi dos horas más tarde, impregnadas de instructivas conversaciones acerca de la crisis económica con un ebanista al que le faltaban cuatro dedos y una señora de cardado rubio y cadera ancha que se quejaba mucho del calor y se apoyaba en el capó de mi coche para combatirlo, salí airoso, con otra pegatina roja y convencido de que tendrán que pasar otros dos años y siete meses para que José Miguel me vuelva a amonestar por no haber pasado a tiempo la I.T.V. en las vísperas de una merecidísima tarde de fechorías.