miércoles, 29 de febrero de 2012

Fauna de gimnasio (II): los Ancianos Venerables

Si la Primera Edad estuvo protagonizada por Ainur, Valar y Maiar, y la Segunda Edad por Elfos y hombres de Númenor, la Tercera Edad de mi gimnasio se nos revela como un tiempo de Venerables Ancianos que visten camisetas de rejilla, que lucen orgullosos sus egregias calvas y que huelen a la barbería donde nuestro abuelo común iba a leer el ABC.

Los Ancianos Venerables me tratan por lo general bien, aunque no tanto como sus cónyuges, mucho más infrecuentes en el contexto mancuernil, a las que el mero contacto visual conmigo les basta para comenzar a cocinar suculentos manjares allá donde se encuentren y a introducírmelos por todos mis orificios a la vez que exclaman "¡tienes que comer más, que estás muy delgado!" y me pellizcan mis cetrinos mofletes de niño macilento. 

A los Ancianos Alfa, los Ancianos Matriz de los cuales emana el resto, se les escapa alguna vez un mohín de displicencia al verme, como si pensaran: "tan joven y prometedor y sin embargo sus femorales sólo aguantan una diezmilésima parte de lo que los míos". Pero los tolero bien porque se peinan con mucho cuidado y, en las pocas ocasiones en que dicen algo, la sabiduría habla por sus bocas, como cuando la semana pasada uno de ellos decía a otro: "tú ya sabes lo que decían los griegos, que semen retenutum venenum est, juajuajuajua". 

Otros Ancianos son más cariñosos conmigo y se dirigen a mí con apelativos como "tesoro", "cielo" o "glúteosdeacero". Las formas de estos últimos son más melifluas y sus ademanes más cadenciosos, pero yo los quiero igual aunque ellos no me quieran a mí igual que yo a ellos.

De nuevo he de terminar. No quisiera que me cerraran la droguería, que se me está acabando la botella de Old Spice.

martes, 21 de febrero de 2012

Fauna de gimnasio (I): los Metaleros

Os esperabais un arranque más clásico. Que empezara hablando de los musculitos que pueblan las calles del gimnasio. Eso habría fácil e impropio de un chico difícil como yo. Os detesto por cosas como esta.

En mi gimnasio hay Metaleros. Amantes del metal en sus distintas acepciones y ramajes. Son fácilmente identificables porque visten de negro, llevan el pelo largo y se empeñan en convencerme de que la música clásica y el metal tienen tanto en común que basta una leve otitis infecciosa para que el oído humano sea incapaz de distinguir entre el segundo concierto de Brandenburgo de Bach y cualquier hit de Black Sabbath.

Los Metaleros de mi gimnasio son todos de género masculino, y siguen por instinto a su líder nato, un mozalbete alto caracterizado por su barba rala, su brazos cuyo volumen rivaliza con el de cualquier placa tectónica y su notable parecido con Khal Drogo, tanto en físico como en habilidades de interlocución. Lo cierto es que los Metaleros se muestran más amables en ausencia de su Dothraki, pero son por lo general mansos y humildes de corazón, o así los percibo yo cuando, tras la segunda repetición de la ronda de pecho-bíceps, acuso los primeros síntomas de conmoción cerebral.

No diré mucho más sobre ellos, porque aún no los he tratado tanto como para invitarlos a tomar un té con galletas danesas en mi salón. Os mantendré al tanto.


viernes, 17 de febrero de 2012

Volver a empezar

Cada equis tiempo me apunto al gimnasio. Pasado otro tiempo, al que podemos llamar i griega sin temor a equivocarnos, dejo de ir. El tiempo i griega puede oscilar entre unos segundos y un año, que fue mi récord. En aquella ocasión se trataba de coger algo de volumen y llegar a una consistencia corporal tal que me permitiera ponerme un jersey y que no se me deslizara hasta los tobillos por ausencia de hombros. 

Recuerdo aquella época con la nostalgia que da evocar tiempos terribles de angustia, dolor, penuria y nalgas entumecidas. No obstante, hice progresos y pronto noté cambios, hasta el punto de ir por la calle y encontrarme con gente que no me reconocía, si bien es cierto que esto último me ocurría exclusivamente con gente a la que jamás me habían presentado.

Hace tres semanas decidí retomar la tarea de modelado de mi apolíneo físico, y me matriculé en un gimnasio cercano. De él, de su fauna y de su flora os hablaré en sucesivas entradas. Por lo pronto ya os digo que, en caso de que me invitéis a comer, tened siempre preparado un buen puñado de avena y un tarro de sustancia viscosa proteica. Así me las gasto ahora.

jueves, 2 de febrero de 2012

¡No soy yo!

En los últimos dos meses habéis asegurado verme en una avenida de Nueva York, en el Museo Reina Sofía de Madrid, en varios pubs de diversa índole y en en las minas de sal de Wieliczka (Polonia). Incluso mi cuñada, que es familia política y sangre de su propia sangre, hubiera jurado ayer mismo que me vio por la noche, si bien con menos barba que de costumbre, paseando por una céntrica calle murciana.

Desconozco qué intenciones albergará la persona, sociedad o corporación local que hay detrás de todo esto, pero tenéis que creerme: no soy yo. Mi vida transcurre a velocidad de crucero, apacible y sosegada, entre mis libros, mis redes sociales y mis minas de sal distintas de las de Wieliczka. Y la longitud de mi barba es la de siempre: entre dos y cuatro milímetros, siempre dentro de las medida establecidas por los reglamentos comunitarios.

Si admitís un consejo, desconfiad de las apariencias, como hago yo, si es que soy yo.