sábado, 12 de noviembre de 2011

Malentendido de usted

El miércoles pasado, como sabéis -porque, de una u otra forma, ya os lo he contado todo-, quise ilustrar una de mis clases de Bioderecho y Derechos Fundamentales con la proyección de una película: Moon, de Duncan Jones. Trata cuestiones bioéticas desde una óptica interesante y novedosa que dejan atrás el concepto de película-con-mensaje: básicamente, "aborto bueno", "aborto malo", "eutanasia buena", "eutanasia mala".

Había en el aula una alumna nueva. Y con ella se produjo el siguiente diálogo maravilloso:

Yo: Voy a ponerles hoy una película.
Alumna: ¿Cómo se llama?
Yo: Moon.
Alumna: ¿Cómo ha dicho?
Yo: Moon.
Alumna: ¿Qué?
Yo: Moon.
Alumna: ¿Podría deletrearlo?
Yo: Eme de Madrid, o, o, ene de Navarra. Como "luna" en inglés.

Vi que se extrañaba mucho, y que apuntaba en un folio. Ahí quedó la cosa hasta que se dirigió a mí. Entonces y sólo entonces comprendí toda su extrañeza, todo su estupor y toda su perplejidad, en ese orden. 

Me llamó Profesor Moon, que era lo que había apuntado. Porque ella, cuando preguntó "cómo se llama", no se estaba refiriendo a la película, sino a mí, de usted. No me quedó más remedio que fotografiar el folio que dará fe de esta historia, y que quedará para la posteridad o para el futuro, lo que ocurra primero.


Fdo. Profesor Moon.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Próximas paradas

La vida misma ha hecho que algunos de mis amigos salieran de Murcia, en singular y centrífuga diáspora, a poblar nuevos continentes tales como Madrid, Valencia, Barcelona o incluso Segovia. La vida misma hace estas cosas porque ella es muy así, y no le gusta que las cosas estén quietas mucho tiempo. Un día tendré una charla apacible pero rotunda con la vida misma.

En este punto, quisiera usar este espacio que me cede Google Inc., a modo de acta notarial que diera fe de mis intenciones al respecto. A partir de febrero no tengo asignada docencia. Académicamente hablando, me dedicaré a estudiar, a asistir a congresos y a escribir libros, capítulos de libro, artículos, notas al pie y frases en latín. Extraacadémicamente hablando, además de rediseñar las reglas del quidditch y de salvar a la Humanidad, hago el firme propósito de usar algunos fines de semana para visitaros.

Si de mí dependiera, iría uno por uno. Llegaría a vuestras casas, me descalzaría, llamaría a la puerta, os daría un casto beso en la frente y ejecutaría para vosotros unas graciosas cabriolas y piruetas, tal y como aconseja el Código de Eurico. Sin embargo, al estar mi peculio en un brete, me conformaré con visitar, por lo pronto, Madrid, Valencia y Jaén, donde se concentra el mayor número de amigos, colegas o coleguis por metro cuadrado e incluso, llegado el caso, cúbico. 

Para asegurarme de que me seguís reconociendo pese a los estragos de la edad y a haberme inyectado bótox en los muslos, llevaré un clavel en la solapa. O dos, si hace frío. 

Sea.

martes, 1 de noviembre de 2011

El perfume

Mi nariz mide ocho kilómetros de longitud norte y cuatro de latitud oeste. Es una nariz regia, que nada tiene que envidiar a la de Góngora ni a la de ningún otro portento de nuestras letras castellanas. Me ha costado muchos años de incesante trabajo conseguir tales épicas dimensiones para mi apéndice nasal, que muestro ahora orgulloso en ferias ambulantes, exposiciones de arte y convenciones de Ginebra.

Gracias a ella, soy capaz de captar olores que vosotros no creeríais. Es otro de mis superpoderes, que sumado al del sigilo y a una capacidad portentosa para los cálculos matemáticos, hacen un total de siete. He llegado a pasar horas de mi vida en perfumerías ordinarias de las de toda la vida, en busca de la fragancia más adecuada para cada momento, para mi estado de ánimo, para la estación del año, para las necesidades de mi país.

Ayer descubrí que no demasiado lejos de mi casa existe una perfumería no ordinaria. Olí perfumes, aguas de colonia y velas aromáticas, y vi que todo aquello estaba bien, salvo quizá un frasquito cuyo contenido me evocaba con demasiada intensidad los flashes de lima limón que engullía con avidez hace ahora veinticinco años. La convertiría en mi Fortaleza de la Soledad, pero abre a partir de las cinco por las tardes y entended que me viene regular. 

A todo esto, no os sobrarán cien euros, ¿verdad?