Previo permiso solicitado y concedido a y por las autoridades pertinentes, procedo a la exposición de vivencias, anécdotas y florituras acaecidas en Cambridge y Oxford, cronológica y alfabéticamente hablando.
-El personal de Ryanair, si bien amistoso y cordial en aeropuertos españoles, se muestra hostil y detestable en aeropuertos ingleses. Aquí, ocasionalmente, piden que se introduzca la maleta de mano en un cajoncito simpatiquísimo para constatar que cumple las medidas adecuadas. Allí la perversidad guía sus acciones, y cualquier excusa es buena para cobrar libras a diestro y siniestro. Yo tuve suerte y no me hicieron pasar malos tragos, quizá por el aspecto señorial que me confieren los pantalones vaqueros.
-No voy a hablar de la calidad de la presunta comida inglesa, pero sí de que en aquellos restaurantes tardan en servirte una cantidad desproporcionada de tiempo. Desconozco los motivos, pero, con independencia de lo que se pida, la actitud del comensal ha de ser paciente, comprensiva y de naturaleza armada.
-Como sabéis, ofrecí dos conciertos con mi coro. Uno en la capilla del Sidney Sussex College de Cambridge, y otro en la Christ Church de Oxford. La experiencia fue única, irrepetible e inviolable. Si tenéis oportunidad de cantar allí polifonía española sacra renacentista, no la dejéis escapar. Además, en la Christ Church está la tumba de John Locke.
-Del día 25 al día 29 de agosto de 2010, al menos, en Inglaterra suele hacer frío. Pero frío, frío, de ese que te permite emitir vaporcillo por la boca. Eso no es óbice a que en numerosos locales los aires acondicionados funcionen con muchísima alegría. Así consiguen, entre otras muchas cosas, que el visitante pueda resfriarse y experimentar en su propia garganta el concepto de flema inglesa.
-Me gusta más Cambridge que Oxford. Hay menos garrulos, desde luego, pero además Cambridge es más pequeñito, y lo que pierde en monumentalidad lo gana en ese encanto tan difícil de describir que, por suerte, no puede expresarse con palabras.
-Hice la ruta Tolkien, salvo en lo luctuoso. En efecto, me bebí una pinta de cerveza en The Eagle and Child y visité el Merton College donde don J.R.R. impartió clases. Sin embargo, su tumba pillaba demasiado alejada y la dejé para mejor ocasión, que la habrá. A modo de compensación, me adentré en los terrenos del Magdalene College, donde C.S. Lewis escribía sobre leones, brujas y armarios. Justo después de pasear por el jardín botánico, que tiene unas flores que da gloria verlas de lustrosas y limpias que están.
Por ahora, eso es todo. Habrá más, pero es de noche y tengo que tomarme el melocotón de las diez o será demasiado tarde.
-El personal de Ryanair, si bien amistoso y cordial en aeropuertos españoles, se muestra hostil y detestable en aeropuertos ingleses. Aquí, ocasionalmente, piden que se introduzca la maleta de mano en un cajoncito simpatiquísimo para constatar que cumple las medidas adecuadas. Allí la perversidad guía sus acciones, y cualquier excusa es buena para cobrar libras a diestro y siniestro. Yo tuve suerte y no me hicieron pasar malos tragos, quizá por el aspecto señorial que me confieren los pantalones vaqueros.
-No voy a hablar de la calidad de la presunta comida inglesa, pero sí de que en aquellos restaurantes tardan en servirte una cantidad desproporcionada de tiempo. Desconozco los motivos, pero, con independencia de lo que se pida, la actitud del comensal ha de ser paciente, comprensiva y de naturaleza armada.
-Como sabéis, ofrecí dos conciertos con mi coro. Uno en la capilla del Sidney Sussex College de Cambridge, y otro en la Christ Church de Oxford. La experiencia fue única, irrepetible e inviolable. Si tenéis oportunidad de cantar allí polifonía española sacra renacentista, no la dejéis escapar. Además, en la Christ Church está la tumba de John Locke.
-Del día 25 al día 29 de agosto de 2010, al menos, en Inglaterra suele hacer frío. Pero frío, frío, de ese que te permite emitir vaporcillo por la boca. Eso no es óbice a que en numerosos locales los aires acondicionados funcionen con muchísima alegría. Así consiguen, entre otras muchas cosas, que el visitante pueda resfriarse y experimentar en su propia garganta el concepto de flema inglesa.
-Me gusta más Cambridge que Oxford. Hay menos garrulos, desde luego, pero además Cambridge es más pequeñito, y lo que pierde en monumentalidad lo gana en ese encanto tan difícil de describir que, por suerte, no puede expresarse con palabras.
-Hice la ruta Tolkien, salvo en lo luctuoso. En efecto, me bebí una pinta de cerveza en The Eagle and Child y visité el Merton College donde don J.R.R. impartió clases. Sin embargo, su tumba pillaba demasiado alejada y la dejé para mejor ocasión, que la habrá. A modo de compensación, me adentré en los terrenos del Magdalene College, donde C.S. Lewis escribía sobre leones, brujas y armarios. Justo después de pasear por el jardín botánico, que tiene unas flores que da gloria verlas de lustrosas y limpias que están.
Por ahora, eso es todo. Habrá más, pero es de noche y tengo que tomarme el melocotón de las diez o será demasiado tarde.