lunes, 30 de agosto de 2010

A la vuelta de todo

Previo permiso solicitado y concedido a y por las autoridades pertinentes, procedo a la exposición de vivencias, anécdotas y florituras acaecidas en Cambridge y Oxford, cronológica y alfabéticamente hablando.

-El personal de Ryanair, si bien amistoso y cordial en aeropuertos españoles, se muestra hostil y detestable en aeropuertos ingleses. Aquí, ocasionalmente, piden que se introduzca la maleta de mano en un cajoncito simpatiquísimo para constatar que cumple las medidas adecuadas. Allí la perversidad guía sus acciones, y cualquier excusa es buena para cobrar libras a diestro y siniestro. Yo tuve suerte y no me hicieron pasar malos tragos, quizá por el aspecto señorial que me confieren los pantalones vaqueros.

-No voy a hablar de la calidad de la presunta comida inglesa, pero sí de que en aquellos restaurantes tardan en servirte una cantidad desproporcionada de tiempo. Desconozco los motivos, pero, con independencia de lo que se pida, la actitud del comensal ha de ser paciente, comprensiva y de naturaleza armada.

-Como sabéis, ofrecí dos conciertos con mi coro. Uno en la capilla del Sidney Sussex College de Cambridge, y otro en la Christ Church de Oxford. La experiencia fue única, irrepetible e inviolable. Si tenéis oportunidad de cantar allí polifonía española sacra renacentista, no la dejéis escapar. Además, en la Christ Church está la tumba de John Locke.

-Del día 25 al día 29 de agosto de 2010, al menos, en Inglaterra suele hacer frío. Pero frío, frío, de ese que te permite emitir vaporcillo por la boca. Eso no es óbice a que en numerosos locales los aires acondicionados funcionen con muchísima alegría. Así consiguen, entre otras muchas cosas, que el visitante pueda resfriarse y experimentar en su propia garganta el concepto de flema inglesa.

-Me gusta más Cambridge que Oxford. Hay menos garrulos, desde luego, pero además Cambridge es más pequeñito, y lo que pierde en monumentalidad lo gana en ese encanto tan difícil de describir que, por suerte, no puede expresarse con palabras.

-Hice la ruta Tolkien, salvo en lo luctuoso. En efecto, me bebí una pinta de cerveza en The Eagle and Child y visité el Merton College donde don J.R.R. impartió clases. Sin embargo, su tumba pillaba demasiado alejada y la dejé para mejor ocasión, que la habrá. A modo de compensación, me adentré en los terrenos del Magdalene College, donde C.S. Lewis escribía sobre leones, brujas y armarios. Justo después de pasear por el jardín botánico, que tiene unas flores que da gloria verlas de lustrosas y limpias que están.

Por ahora, eso es todo. Habrá más, pero es de noche y tengo que tomarme el melocotón de las diez o será demasiado tarde.

martes, 17 de agosto de 2010

A poco más de una semana

El miércoles que viene, sin ir más lejos, será el día más indicado para emprender la ruta musical británica de Ars Mvsica. Un tour que nos llevará a Cambridge primero y a Oxford después, a ofrecer sendos conciertazos de polifonía renacentista patria. Propósitos:

-Perder algo en el aeropuerto, sufrir una o varias indigestiones, cometer algún hilarante error lingüístico y/o llevarme ropa inadecuada al tiempo atmosférico inglés. Ya me encargaré yo de originar divertidísimas anécdotas en las que todo me sale mal, de esas con las que alimento este blog tan cuco.

- Cantar bien. Creo que allí, además, todo aquel tenor que desafinare, gritare o errare la letra de un motete, será condenado como reo de melofobia a una pena que se situará entre los dos y los cinco años de atenta escucha de los greatest hits de Sergio y Estíbaliz. Dicha pena se impondrá en su mitad superior si concurriere la presencia alevosa de uno o más gallos, o bien se cantare en futuro perfecto de subjuntivo.

-Comprarme algo en un rastrillo benéfico. El año pasado estuve a punto de adquirir una pajarita estupenda, pero la señora que atendía el local no tenía cambio de veinte libras y yo le comenté que volvería más tarde, cosa que hice sin tomar en consideración que a las cinco y diez de la tarde las señoras que atienden los locales ya están cenadas y en camisón.

-Visitar la tumba de Tolkien y beberme, a su salud, una pinta de buena cerveza no demasiado fría y absolutamente desbravada en The Eagle and the Child, el pub donde el genial profesor oxfordiano se reunía con sus coleguis. Puede que, a este respecto, me convenga comprarme en el rastrillo suprascripto una pipa de segunda mano y de primera boca. Qué mejor modo de acabar mi año Tolkien.

-Hacer un buen viaje de vuelta, y asegurarme de que, en caso de accidente aéreo, caigamos sobre una isla con extrañas propiedades que al final no resulte ser lo importante, porque lo importante, qué duda cabe, somos nosotros.

sábado, 14 de agosto de 2010

Entrada escrita en un bar infecto

Esta entrada no tiene más motivo que ser la primera entrada escrita en un bar infecto. No esperéis esta vez giros inesperados de guión; es una entrada meramente intencional, teleológica incluso, y persigue un único fin: que os hagáis cargo de que estoy en un bar infecto. Infecto porque está junto al Mar Menor, y porque hay un montón de gente infecta. He acudido rápido, a petición vuestra, para solicitar wifi por caridad, por calidad y por cantidad y, los muy obsecuentes, me han exigido la previa consumición de un Jim Beam on the rocks para darme un papelito con contraseñas que, tras veinte minutos y un Jim Beam on the rocks, he conseguido descifrar.

A estas alturas de entrada ya deberíais ser conscientes de que estoy en un bar infecto donde, además, van a tocar en un rato cinco simpáticos chicos que se dicen sucesores de los cuatro Beatles. Ignoro cuáles de ellos serán un medio de uno de los componentes de la mítica banda de pop británico, si es que esa es la proporción adecuada. No estoy seguro. Tampoco lo estoy de la hora del magno evento, puesto que en los carteles anunciadores han preferido omitir tal dato.

Llegamos así al tercer párrafo. El último, por tanto. Ahora sí que no hay duda: estoy en un bar infecto, pero tienen wifi. A mi izquierda, un señor calvo con camisa color pistacho chatea con fruición. Enfrente de mí, una chica rubia a la que podríamos calificar de despampanante que tiene la desfachatez de usar un MacBook Pro de más pulgadas que el mío. A mi derecha, un señor de tez morena compensada por la candidez del sucedáneo de alba que le sirve de atuendo, y que muestra señales de ebriedad a la vez que balancea graciosamente un pie mientras se rasca la axila con una mano y con la extremidad superior restante teclea unas cosas tremendas. He ahí el panorama. Venid. Os espero.

domingo, 8 de agosto de 2010

El post del desasosiego

Sigo leyendo. Hasta el 23 de agosto, leo. Leo a Pessoa de forma intermitente, entre otras lecturas, y aprovecho que su Libro del desasosiego está seccionado en 481 puntitos independientes, y aprovecho para agradecerle a mahn que me lo prestara, y aprovecho y le robo el título a don Fernando para redactar esta entrada que, de otra forma, habría quedado hecha unos zorros. Mirad, os dejo aquí unas muestras de la alegría de vivir de este señor con aspecto de empleado de Correos y Telégrafos, que debía de contar unos chistes de órdago. Por si luego queréis picar algo.

"Pedí tan poco a la vida y ese mismo poco la vida me lo negó" (6);
"Cosa arrojada a un lado, trapo caído en el camino, mi ser innoble se finge ante la vida" (37);
"Si me preguntarais si soy feliz, os respondería que no lo soy" (60);
"Todo me cansa, incluso lo que no me cansa; mi alegría es tan dolorosa como mi dolor" (80).
[...]

Y ahora, con permiso, otros puntos más míos, más veraniegos, más tropicales:

"Camino por la orilla del Mediterráneo. Veo a una señora. Mi subjetividad, en sus ensoñaciones, le atribuye doscientos kilogramos de masa repartidos de forma irregular y cóncava. Camina por la playa con desdén, con parsimonia, con un tanga como única prenda de abrigo. Hundo mi cabeza en la arena y rezo una plegaria a los Dioses para que la acojan pronto en el Parnaso. No más tarde de las siete, sugiero" (4);

"Espero el autobús en la parada habitual, junto a la Rua dos Douradores. Recuerdo que olvido que es el que recoge las cabezas de ganado de las discotecas punteras. Me atribulo entre un volumen de garrulos y de abalorios que excede cualquier cómputo. Hundo mi cabeza entre los asientos, pero ni así puedo evitar escuchar graznidos de mentes catatónicas en época de berrea" (8);

"La pirámide poblacional, en mi urbanización, conserva su posición de partida. La base, este verano, es amplia y generosa. Sobre todo, es noctámbula. Los niños gritan hasta tarde. Entre yo y ellos hay un vidrio tenue; por más nítidamente que vea los vea, no puedo tocarlos. Tienen suerte, porque si pudiera, probablemente les abriría el cráneo con un cofrecillo de bronce" (15);

"Concibo, desde mi sensibilidad exacerbada, el propósito de hacer algo de deporte en verano. Moverme, no obstante, me resulta desde luego vulgar y prescindible. Me resigno y atisbo los comienzos de una concepción, desde mi sensibilidad exacerbada, de las agujetas que me van a asaetear en cuanto vuelva a dar más de cinco pasos seguidos" (16);

"Algunas noches acude a mi mente mi propia imagen. Me contemplo como en tercera persona -del singular-. Intento ver Cómo ser John Malkovich para asemejarme a mi prójimo, pese a lo innoble y detestable de mi alma. No desisto, pese a que el volumen de sonido al que se descargó sólo me suele dar para escuchar ciertos levísimos bisbiseos de nuestra escuela de doblaje" (23);

"Últimamente, además de la futilidad trágica de la vida y de la angustia pérfida de los ocasos, me preocupa la cantidad de libras que debería cambiar para mi próximo viaje a Cambridge. Creo que ciento cincuenta es una cantidad apropiada, pero, desamparado y trémulo, hundo mi cabeza en mi cuenta corriente y una lágrima cae en la arena, en la arena cae una lágrima" (42).

miércoles, 4 de agosto de 2010

Hurto con nocturnidad y brisa marina

Aquí me tenéis, infringiendo una vez más la legalidad vigente por vosotros, queridos, indignos merecedores de mis atenciones, mis parabienes y mis antropías. Esta vez, sentado en un duro banco de fría piedra, con el duro portátil de frío aluminio sobre mis duros muslos de fría epidermis, mientras os dedico estas ardientes palabras de cálidas intenciones. Y todo ello, en pleno ejercicio de mi derecho de hurto de megabytes ajenos, de un señor que ha bautizado Wireless a su red inalámbrica y se ha olvidado de protegerla contra blogueros bellos e ingeniosos.

Lo cierto es que si no fuera por la dureza y la frialdad de los elementos suprascriptos y de algunos otros que no menciono por economía lingüística, aquí se estaría incluso muy requetebién. Frente a mí tengo el Mar Menor -laguna salada, apéndice mediterráneo, enclave terceredista-, y corre una deliciosa brisilla que hace ondear mis ondulados bucles de cabellos dorados. Por faltar, falta un enchufe y algo de estabilidad en la red. Por sobrar, quizá esa pareja mixta que se hace arrumacos subacuáticos a escasos metros de distancia. No me malinterpretéis: no por moral, dada por ausente en estos parajes en los que el género humano no tiene nada de género ni de humano, sino por la vergüenza ajena y el arrebato que me provocan las muestras gratuitas de cursilería atroz.

Ahora que la pareja ha sido sustituida por un abuelo, su nieto y un caniche blanco e inquietante, os doy las cinco pinceladas sueltas de mi verano intensísimo y cumplo así con mi cometido: estoy leyendo más incluso de lo que me he propuesto, con grandes descubrimientos de los que os hablaré a la vuelta; descanso y trabajo en proporción armónica y áurea; de vez en cuando, riego mis redes sociales virtuales, postergadas estos últimos meses; contacto con algún semejante de aquellos a quienes no veo más que unos días al año y me recreo y deleito en conversaciones estupendas; y, sobre todo y en último lugar, el iPhone 4 que me compré el viernes pasado va de maravilla y, si os quedara algo de decencia, la malgastaríais envidiándome.

Disculpas solicitadas y concedidas por la prolongación excesiva de mis tres párrafos anteriores, únicos válidos a la hora del recuento. Gracias.