jueves, 27 de mayo de 2010

Bueno, vale, va, el final de Lost

(OJO: ESTA ENTRADA NO CONTIENE DEMASIADOS SPOILERS)

A las 5:50 am de la madrugada del pasado lunes sonó el despertador. Era el momento de levantarme, perjurar en arameo contemporáneo, ducharme, recoger a Andrés, montar en el coche, pitar como un poseso al coche que obstruía la salida del garaje y llegar a las 6:30 am a casa de José Miguel para reencontrarme, después de tantas horas, con Emilio, Alfonso, Tania, Irene, Fuen y los dos que ya han sido mencionados y cuyos nombres no repetiré para no crear recelos innecesarios.

Y así vimos el tremendo final de Lost. A mí sí me gustó. Me gustó mucho. Muchísimo. Todo y todos apuntaba y apuntaban a que el fraude iba a ser morrocotudo, después de una sexta temporada más flojucha que las anteriores. Sin embargo, los guionistas me han convencido: Lost ha acabado como tenía que acabar. Hace tiempo asumí que la única forma de disfrutar al máximo de la serie era abandonarse en las triquiñuelas, engaños y cuchufletas de los guionistas. Quizá eso haya ayudado.

Ahora asisto a un panorama generalizado de televidentes que se sienten estafados ante un final al que acusan de demasiado abierto y de no dar respuesta satisfactoria (ni de ningún otro tipo) a los setecientos dieciocho enigmas planteados. Yo prefiero que las cosas hayan quedado así, y no tanto por conformismo o lobotomización como por entender que es la forma más elegante de mantener la magia que ha impregnado la tónica general de la mejor serie de televisión de todos los tiempos, después, claro, de "Los problemas crecen".

domingo, 23 de mayo de 2010

El último touché

Ayer aconteció el último torneo de esgrima de la temporada. Lo malo de tener como sala de armas una ínfima parte interior de las instalaciones de una piscina pública es que, con la llegada de los rigores del implacaba lorenzo, la apertura de la piscina a las masas provoca el cierre de la sala a las élites, como alguna vez hubiera escrito Ortega.

El Torneo Federación se caracteriza por ser una competición por equipos. No entraré ahora en detalles tan innecesarios como superfluos, pero básteos saber que cada equipo cuenta con tres tiradores y que mi equipo, llamado "Los hombres del negro" en homenaje al color que pigmenta la epidermis de nuestro maestro, llegó a semifinales. Al suscribiente le acompañaban una joven y prometedora estrella de la esgrima que reconoce en mí autoridad y padrinazgo y un experimentado espadachín de mirada torva y cubata predispuesto.

Como ocurre en estos casos, nunca falta el equipo tahúr, marrullero y bravucón. Con el nombre de "Los Masqueperros", año tras año se han venido alzando con la victoria haciendo uso de malas artes y torticerías diversas. Quién les habría dicho que esta vez saldrían por la puerta trasera tras el primer asalto contra nuestro equipo, humilde pero hacendoso. Abandono por tanto la sala y la temporada con la satisfacción de haber acabado con la hegemonía del Mal y, por qué no decirlo, con agujetas hasta en el epigastrio.

martes, 18 de mayo de 2010

Barado

Camino del trabajo atravieso diariamente montes, lagos, mesetas y placas tectónicas. Durante el trayecto, últimamente amenizado por las tonadillas de Tomkins y Josquin, descubro milagros de la naturaleza y aberraciones deleznables. Entre estas últimas no tengo más remedio que referirme a un restaurante cuyo nombre omitiré por decoro, por educación y porque no sé cuál es, tal es mi grado de desinterés hacia el local.

Lo primero que llama la atención es que el dueño, en un alarde de originalidad, ha decidido conferir a su establecimiento un carácter marcadamente marítimo y marinero. A tal fin, entre otras medidas adoptadas, ha disfrazado a sus pobres camareros de marineritos, con unos uniformes que da gloria verlos, con sus galones y todo. Pero eso no es lo mejor.

Lo mejor, decíamos, no es eso. Dentro del menú que se exhibe, impúdico, en la ya clásica pizarra externa, podemos leer platos tales como "huragán de langostinos" (la tilde es cortesía de mi parte) o "delecias de calamar". Todo en términos tan náuticos como vulneradores de las reglas más básicas del castellano escrito-nivel básico. El día menos pensado me detendré y, con una tiza recién sacada del aula, retocaré todo lo retocable. Lo de cambiar de ropa a los camareros me llevará algo más de tiempo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Crash

Mi cochazo se ha portado como un campeón. Es cierto que hacía ñiquiñiquiñiqui hace unos meses, pero el pobre cumplirá siete años en septiembre, y ya sabéis que un año automovilístico equivale a tres años caninos y dos premolares. Sin embargo, tal vez por el mero gusto de hacer mudanza en su costumbre, anteayer decidió que no apagaría dos de las tres lucecitas que deben apagarse al encender el motor. Automática y automovilísticamente miré el manual de instrucciones, donde leí que, si esos pilotitos en concreto permanecen encendidos, lo mejor es llamar al taller o rezar una novena a San Cristóbal y luego llamar al taller.

El mecánico me dijo que apagarlos me saldría por unos doscientos y pico euros, pero que además el coche tenía que haber pasado la revisión en enero, y que además el filtro de polen estaba asqueroso de tanto polen y tanta porquería primaveral, porque la primavera es un asco, aunque eso último quizá no lo dijo el mecánico y es una cosa que yo pienso. Antes de que continuara, le corté y pregunté por el montante. Unos cuatrocientos cincuenta. Fueron cuatrocientos cuarenta y nueve y un céntimo de euro, que me ahorró para no parecer descortés.

Esto es la debacle. Ahora sólo es cuestión de esperar. Lo próximo, seguro, tendrá que ver con el filange izquierdo.

jueves, 6 de mayo de 2010

Virus y virales

Es curioso. Un amigo anónimo, probablemente mujer, probablemente argentina y rubia, y probablemente amante de París, de Jorge Luis Borges y de los nombres de los pueblos de Murcia, abrió hace poco una página en Facebook a la que bautizó con un sugerente "Para que Angel Cobacho no cierre su blog". Así, sin tilde ni nada. Por si fuera poco, nombró como segundo de a bordo a un secuaz anónimo, probablemente compañero mío de coro, probablemente tenor agudo, probablemente odontólogo y muy probablemente aficionado contumaz a juegos de mesa tales como el parchís, la ruleta rusa o el caldero.

Ni qué decir tiene que yo jamás he pensado en cerrar el blog, y que si ahora lo riego menos es, como muchas veces he dicho, porque la actividad docente e investigadora se está intensificando y el birrete molesta muchísimo a la hora de escribir entradas. Es cierto que podría transcribir mis últimos artículos, y que me lo agradeceríais igualmente, pero no quisiera abusar de vuestra paciencia, aunque el que abusa, por otra parte, no es traidor.

En cualquier caso, toda esta campaña viral de la talla de NomiresMTV o del No-Typicall ha redundado en un aumento considerable del número de mis seguidores. A día de ayer, cincuenta y ocho. A día de hoy, sesenta y nueve. A día de mañana, nunca lo sabremos. Y claro, es cierto que donde leen cuatro leen cinco, pero no puedo evitar preguntarme quiénes diantres sois, y os agradecería sobremanera que me dejéis, si lo tenéis a bien, vuestros datos personales junto con el donativo que se requiere para permanecer más de una semana en mi seno.

Dios os lo pague.

sábado, 1 de mayo de 2010

Ajo y agua

Hoy he tenido oportunidad de degustar un maravilloso caldero murciano. Para quien no lo sepa, el maravilloso caldero murciano es un plato consistente en arroz cocido con gusto a pimientos secos y a trozos de cabeza de pescado. Como, si todos esos datos constaran en el nombre, sólo se lo comerían las mascotas de nuestros criados, decidieron ponerle "caldero", que queda estupendamente. El susodicho plato suele, además, aliñarse con ajo (vulgo "ali-oli", más vulgo "ajoaceite"), que los comensales administran en cantidades generosas, rayanas en lo hipertrófico y/o grotesco. ¿Por qué os cuento todo esto? Porque hoy, por mucho que lo deseéis, no os aconsejo que os acerquéis a mí a menos de quince yardas.

Quizá debido a lo anterior, justo cuando me disponía a proceder con el sacrosanto ritual de la siesta quotidiana, el cielo ha caído sobre mi cabeza en forma de gotas de agua de creciente grosor y textura oscilante entre la líquida y la sólida. ¿Por qué os cuento todo esto, una vez más? Porque mañana pensaba hacer una segunda excursión incursiva (o incursión excursiva) en las actividades senderísticas, pero si esto sigue así tendré que quedarme en casa espiando con los binoculares al vecino de enfrente. Creo que está a punto de cometer un horrible crimen.

Este nuevo párrafo sólo sirve para darle la razón a @ruf, para despedirme y para deciros que el oraldine, no sólo pica muchísimo, sino que es nocivo y perjudicial.