jueves, 26 de noviembre de 2009

Ángel no hay más que uno

Por mucho que os empeñéis en lo contrario. Seguís aseverando que me habéis avistado en Barcelona, en Londres y, la última vez, en las minas de sal de Polonia. Lo de Polonia sale con frecuencia. Me veis mucho por allí últimamente, y no puedo sino imaginarme un país poblado por mis dobles, triples y vicetriples, al modo de Bronson, aquella mítica ciudad habitada únicamente por seres con la cara de Charles Bronson, cuyas primeras noticias encontramos en las crónicas de Springfield, sustraídas el 26 de febrero de 1992 de la biblioteca de Bioy Casares por J.L. Borges convenientemente caracterizado como el propio Bioy Casares.

Y en estas consideraciones andaba yo esta mañana, dispuestos a preguntaros por qué tendéis a confundirme con cualquier persona que reúna el requisito de no ser yo, cuando he recibido el e-mail que me confirma como nuevo colaborador del programa El Finde, presentado por Ramón García (el de la capa española no; el otro). Contaré con unos diez minutitos para hablar de música clásica con un enfoque distinto, dinámico, diferente, diafragmático y dispépsico.

Ahora sólo queda que Emilcar me ayude a incrustar archivos de audio en lugares públicos para que, si bien hasta ahora no me habéis logrado identificar por mi aspecto físico y mi aspecto químico, podáis evitar malentendidos gracias a mi voz envolvente y a que intercalaré mi nombre entre cada tres oraciones subordinadas. Va a ser la monda.

sábado, 21 de noviembre de 2009

El simposio (entrada larga, pesada y tediosa)

Estos tres últimos días he asistido al IV Simposio Internacional de Derecho Concordatario, celebrado en Almería. Con eso debería bastar, pero daré algún detalle más por si acaso.

El miércoles por la mañana llegué, tras un trayecto que demostró que mi coche, pese a los ruidos que le son propios, aún puede desplazarse a mi voluntad. Como ya iba con cierto retraso, aparqué directamente en la Universidad y llegué justo para el primer coffee break, del que di sobrada cuenta a base de una ingesta desproporcionada y ostensible, comiendo a dos carrillos mientras me presentaba a viejos amigos y a nuevas incorporaciones a la ciencia jurídica, sobre los que esparcí algunos de los restos de galletas y féculas que colapsaban mis fauces. En estos casos bastan dos o tres apretones de manos para sentirse absolutamente integrado. Si en cinco minutos no has conseguido estrechar (o ensanchar) la mano de nadie, se te considera oficialmente desintegrado.

Esa misma tarde tendría lugar un acontecimiento que ha marcado el rumbo de vuestras vidas, seais o no conscientes: pronuncié la primera conferencia de mi vida. Estoy acostumbrado a hablar en privado; no es la primera vez que hablo en público; incluso he defendido un par de comunicaciones en congresos, siempre con erótico resultado. Pero ponencias, esta fue la primera. "Treinta años de jurisprudencia entre los Acuerdos de 1979 y la Ley Orgánica de Libertad Religiosa". Es el nombre que quisimos darle, en recuerdo de su abuelo paterno, hombre recto y piadoso. No me fue mal, aunque los nervios me corroyeran las meninges y tuviera que lidiar con dos servidores del enemigo que, desde el patio de butacas, me hacían muecas y cuchufletas para que perdiera la compostura.

Esa noche caí rendido a la cama y dormí profundamente, con la placidez que da tener la conciencia intranquila, pero estar exhausto. Es cierto que el jueves por la mañana, al levantarme, me encontré cercano al estado de combustión espontánea debido a los 7.000 ºC a los que las autoridades hoteleras regulan los termostatos de todas las habitaciones en las que me hospedo, pero nada a lo que no pusieran remedio las abluciones matutinas.

De ese día he de hablar de la comida institucional, que tuvo lugar en un cortijillo simpático, sito a las afueras. Charlé amenísimamente, y esto no son ironías habituales, con mis compañeros de mesa: Don Fernando Sebastián, Arzobispo emérito de Pamplona, y Don Alberto de la Hera, que es una de esas personas que deberían ser de obligado conocimiento. Me acompañaron en el agradable trance (cuarta acepción) las jóvenes promesas López-Sidro y Landete, docentes siempre predispuestos a la chanza y al chascarrillo baturro. El problema radicó en que la comida se basó íntegramente en un cúmulo de grasas insaturadas, polisaturadas y sobresaturadas que a mí me provocaron ocho isquemias auriculares y un conato de aneurisma cerebral, pues no todos los días se engulle tal cantidad de migas de harina con cerdo en cualquiera de sus manifestaciones. Menos mal que tuve la precaución de pedir piña de postre y no sucumbí a la voluptuosidad de los súcubos latentes en los tazones de arroz con leche que supusieron la perdición de alguna joven promesa que no nombraré ahora por haber sido ya nombrada antes.

El resto de la tarde se vio acompañado de más ponencias y de un simpático cuadro flamenco que sólo se vio empañado por el prurito de no conformarse con ser cuadro flamenco y querer representar una denuncia de la violencia de género (confieso que no me gustan esos remixes), y por una narradora que hacía ímprobos e inútiles esfuerzos por parecer andaluza, cuando por su correctísima dicción, diríase que enseñaba Oratoria en la Universidad de Valladolid. De cada ese que ocultaba surgían, cual cabezas de hidra, siete más. Lo demás, fantástico.

Esa noche hice las maletas, y ayer, después de las últimas ponencias y de las despedidas, que fueron tristes pese a constar en programa, volví a Murcia con ganas de más congresos así y de retomar algún día la docencia universitaria que me fuera arrebatada y a la que volveré, en calidad ya de promesa de mediana edad, como que me llamo Ángel.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Incidencias musicales

La primera, el jueves por la tarde. Lo previsto era asistir a lo que yo creí un encuentro-charla-coloquio con Ricardo Liniers y que resultó ser la final de un certamen de rockeros murcianos, en cuyo jurado figuraba el dibujante suprascripto. Había que pagar para entrar y esas cosas al final acaban pasando factura, así que opté por la retirada honrosa. Además, a pocos metros de la falsa conferencia, en la catedral, tenía lugar un conciertazo de órgano, y allí me dirigí, con un despecho no exento de distinción y elegancia.

Sabéis que en los conciertos de música clásica hay gente que tiende a toser y a carraspear en momentos especialmente delicados, debido a la dificultad que experimentan al contemplar cómo otros sí disfrutamos de la música. Como el órgano de la catedral tiene gran fama, y suena potente y estruendoso, los melófobos tuvieron que mandar comandos especiales. Así, durante todo el concierto tuve de compañero de banco a un anciano provisto de algún adminículo bucodental capaz de sonar como si chasqueara la lengua contra el paladar con un leve matiz de absorción nasal. Y, por si no fuera suficiente, mientras sonó el segundo Bach, el señor de detrás aprovechó para hacer una llamada de móvil y hablar durante unos minutos con un grandísimo amigo suyo a juzgar por las jocosas expresiones que profería. La victoria de la trompetería del órgano fue pírrica, pero no hubo que lamentar demasiadas bajas.

El segundo imprevisto, hoy. El plan era grabar durante toda la mañana tres cantigas completas de Alfonso X el Sabio. Grabación seria, con sus pruebas de sonido, sus micrófonos, su viola da gamba, su percusión, su flauta dulce y sus ocho voces arcangélicas. ¿Cómo puede torcerse un plan tan milimétricamente elaborado? Sencillo: ubicando espacialmente la sala de grabación cerca de un espacio con infrecuentes usos de explanada de conciertos y ubicando temporalmente la grabación el día del maratón de la música heavy en Murcia, de doce del mediodía a doce de la media noche. La regia potestad de don Alfonso nada ha podido hacer contra los berridos y barritos anexos, así que hemos recogido y nos hemos visto obligados a recoger y vagar de taberna en taberna ahogando nuestra frustración en vermú abundante.

Corren malos tiempos para la música, chicos. A no ser, claro, que prefiráis el rock a la monótona monodia de una buena cantiga. Permitidme concederos el maleficio de la duda.

martes, 10 de noviembre de 2009

Atrasado en el tiempo

Hace años me regalaron un reloj superchulo. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo que la gente puede llegar a fijarse en los relojes. Si fuerais sinceras, mujeres lectoras o lectrices, cuando os preguntaran sobre la parte del cuerpo en la que primero os fijáis del opuesto sexo, contestaríais que es el reloj, y no los ojos, las manos, el músculo periestafilino interno o todas esas fruslerías que soléis responder a tan frecuente cuestión.

Por tanto, puede decirse que, sin proponérmelo, fardo de reloj. Lo que no debería decirse, aunque os confío porque -de tontos sería no admitirlo a estas alturas- os amo con todo mi corazón y con todo mi músculo periestafilino interno, es que mi reloj atrasa. No unos segundos cada muchas horas, en plan imperceptible. Tampoco de forma paulatina. Mi reloj sorprende y, de un momento a otro, es capaz de retrasar perfectamente cinco o diez minutos sin una triste alarma que sirva de aviso.

Naturalmente, lo llevé a reparar cuando aún estaba en garantía. En la relojería me hicieron firmar papeles de todo tamaño, color y orientación sexual y, tras una semana (seis días y unos pocos minutos, en mi reloj), recibí la tristísima buena noticia de que el aparatito estaba estupendamente, y que el problema radicaba con seguridad en su exposición continuada a arcos voltaicos o campos electromagnéticos, a cuya compañía me debieron de notar proclive.

Si algún día quedamos y llego tarde, por tanto, no me culpéis a mí, sino al perverso electromagnetismo que, no cabe ya duda, involuntariamente desprendo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Todo estupendo, tienes que ir

Mi amigo Marcos ha estado casi un mes de vacaciones en la India. Como las postales ya no están de moda pero, hasta hoy, entre amigos sigue llevándose eso de estar en contacto, ha aprovechado los pocos momentos de asueto que ha disfrutado con conexión a internet para darme puntual informe de sus avatares vía e-mail. Tras su atenta lectura puede concluirse que, mientras que las zonas turísticas son demasiado turísticas, las localizaciones recónditas se antojan antros de bacilos, estreptococos, suciedad y, básicamente, mierda. Me cuenta que no es raro encontrar gente, no ya orinando en un muro, sino defecando en mitad de la calle, por no hablar de la gastronomía local, capaz de provocar úlceras irrevocables en un estómago de adamantium.

Sin embargo, mi amigo Marcos es de esas personas que, como todas las que no son yo (casi todas, lo admito), te narran las desgracias viajeras para, acto seguido, recomendarte la experiencia, hablarte de lo bien que se lo han pasado y decirte que ha sido inolvidable. En este último extremo, he de admitir, yo también coincido con ellos: esos viajes suelen ser inolvidables. Pero, ¿de ahí a recomendar semejantes vivencias kafkianas? ¿No es más sencillo descolgarse con un sincero "mira, Ángel, ha sido un viaje horrible, que no te deseo a no ser que sientas la vocación a misionero de la caridad o a misionero humanitario de la ONU" o incluso, si se desea encubrir el desastre, mentir cual bellaco y contar sólo la parte en la que encuentras la paz interior en el Taj Majal?

No. Por lo visto, lo que se lleva es mostrarse abiertamente esquizoide o masoquista. Yo, urbanita irredento, practicante del sedentarismo precoz y mileurista resignado, guardo para mis escasos desplazamientos la sinceridad que da el apostar siempre sobre seguro y dejar cuantos menos cabos posibles a las caprichosas manos del azar. Puede sonar aburrido, pero, creedme, lo prefiero a verme en la delicada tesitura de tener que llegar al hospital más próximo, víctima de una gastroenteritis vírica, sorteando excrementos de vaca sagrada.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Liniers

¡Qué sería de mí sin Guisela, Guiselka, Grishlaine, Grishnackh o Ghirlandaio, que de todas las formas se la puede llamar! Ella fue, chicos, chicas, la que puso ante mi vista la primera tira cómica de Liniers. ¿Quién es Liniers? ¿Por qué se llama así? ¿No podría haberse llamado Don Pablos, como el Lazarillo? Todas esas respuestas, y muchas más, en este post de tres párrafos como le gustan a Ruf, mi nuevo leader, coach y manager.

Liniers es dibujante, autor de la tira cómica que todos los días aparece en La Nación, periódico argentino de orientación antikirchneroide. Su humor es lo que nos ha traído hoy aquí. Heredero confeso de Mafalda, en sus tiras se entremezcla con maestría un tono naïve no exento de acideces, pero con amabilidad, ternura y sin pasarse. Con mucha clase. Oliverio la aceituna, Lorenzo y Teresita, la vaca cinéfila, Enriqueta, Fellini y Madariaga, Z-25 el robot sensible y, sobre todo, multitud de duendes y pingüinos, son algunas de sus creaciones. Y todas merecen la pena.

El tercer párrafo sirve para decir que tiene cinco volúmenes publicados y una web que tarda nueve meses en nacer del todo, pero que merece la pena. También se puede decir aquí que lo tendremos en Murcia el jueves que viene, día 12, en la ESAD, a las 20.30h. Os dejo con dos de sus tiras cómicas, una encima de otra. No cuentan como párrafo, es un misterio. Como el que desprende el Misterioso Hombre de Negro.