viernes, 29 de octubre de 2010

Administración

Si bien es cierto que muchas de las universidades españolas no están en pleno uso de sus facultades, declaro con orgullo y altivez que trabajo en una de las más estupendas. Pensaréis que digo esto para que lo lea el Rector y acto seguido me designe Doctor Honoris Causa y me dedique un aula magna. A continuación, el Alcalde, vista mi influencia, bautizaría a la Gran Vía con mi nombre y apellido de soltero, o establecería un día festivo para conmemorar mi existencia, o ambos. Habría desfiles, una estatua ecuestre y mucho Barroco francés, y quizá me plantearía conceder títulos nobiliarios a los que me apoyáis con vuestros comentarios en el blog, aunque es seguro que no lo haría. Y así sucesivamente.

El caso es que no lo digo por todo eso -que también-, sino porque afirmar lo contrario sería faltar a la verdad. Si no lo creéis, si la sombra de la duda se cierne sobre vosotros, no tenéis más que estudiar Derecho en nuestra Facultad. Facultad que, como tantas, se compone de departamentos; y los departamentos, de áreas; y las áreas, de profesores; y los profesores, de cabeza, tronco, extremidades, epidermis y asadura o higadillo.

En esa, que es la clasificación tradicional, la escolástica, no aparecen mencionadas unas de las piezas clave de la Universidad, sin cuya presencia la vida sería oscura, monótona y muy probablemente carente de material fungible: los administrativos. Aquí, sobre todo, administrativas. Omitiré datos personales por el momento y porque ellas saben quiénes son. Un cuerpo de administrativas que da gloria verlas de eficientes y geniales que son. Un cuerpazo, en definitiva.

¿Qué? ¿Os he convencido ya? ¿Os venís?

sábado, 23 de octubre de 2010

Botánica automática

Tengo una confesión, de esas que os gustan e impresionan. Ayer me afanaba yo en el jardín de mi madre, entre magnoliophytas que me raspaban el cutis y rizomas carnosos de convalarias letales, mientras las moscas pequeñas de siempre inspeccionaban mi tarea, cuando vi alejarse, rauda y veloz, a una pequeña araña. Era un ejemplar perfecto de la thomisus onustus: blancuzca y transparente, una araña inofensiva y útil a la comunidad.

Entonces bajó el sol y una ráfaga violenta me echó el abundante pelo del pecho sobre los ojos. Al cerrarlos pensé: "¿y si la pequeña Thomisus ha escapado en busca de ayuda? ¿Y si una araña-cangrejo colosal y furiosa está avanzando lentamente a mis espaldas con su ánimo atávico de paralizarme, envolverme en su tela y una vez indefenso, licuar mis entrañas y succionarlas como yo succionaría las suyas si tuviera oportunidad?"

Por un momento la idea pareció tan plausible que dejé caer la pala de jardinería, la cual fue a clavarse en dos cucurbitáceas que me observaban aterradas. Me di la vuelta de repente para enfrentar de una vez el peligro y acabar con todo. Pero no vi araña-cangrejo alguna. En cambio, algo se metió en mi boca. Me horroricé, pero al segundo comprendí que no era más que una de esas moscas inspectoras.

En el mismo instante en que aquel trago tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que causaba. Y me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.

jueves, 21 de octubre de 2010

Cortesía del telefonillo

Haced el siguiente experimento: acudid a la hora de la siesta al portal de un edificio de doce pisos y llamad a uno al azar. Cuando se ponga el inquilino, preguntad por Enrique y decid que es amigo vuestro y que os gustaría saber dónde vive. Repetidlo cien veces, o mil, para tener una muestra de base suficientemente amplia y generosa. Quisiera, antes de cambiar de párrafo, insistir en lo de la hora de la siesta.

Ayer probé yo. El anciano que me respondió me dijo que no sabía exactamente dónde vivía Enrique, pero que creía que en otra escalera; que esperara un segundo, que iba a preguntarlo a su nuera; que la nuera tampoco sabía dónde vivía, pero que le parecía que en la letra A; que el portero llegaba a las cinco; que le sabía mal no poder ayudarme más; y que si necesitaba algo más no dudara en preguntarle.

Necesito, cuanto antes, los resultados de vuestros experimentos. Si ahora se lleva la bondad humana no quisiera ser el último en enterarme.

domingo, 17 de octubre de 2010

Duro reproche

Me parece un atropello que haga ya diez días que no escribo lo más mínimo en este blog y que no os hayáis puesto en contacto con el Departamento del Tesoro para que me coaccione como me merezco. ¿No es acaso vuestro deber cuidar de este blog y procurar siempre que a su autor no le falten ideas ni tres millones de euros para cuando decida emprender una nueva vida en la Península de Crimea? ¿No os comprometisteis a impedir que este blog permaneciera yermo y baldío durante más de una semana? ¿No recordáis ya los votos que emitisteis antes de permitirme alterar e intercambiar el rumbo de vuestras vidas?

Estos días he estado trabajando en todo lo posible con esmero, cariño, paciencia, dedicación, constancia, presteza, avaricia, pereza, lujuria y gula. Incluso me ha quedado un poco de tiempo libre para permitir que me encarguéis una conferencia para el martes y preparar el tipo de aplauso con el que me agasajaréis. Todo lo hago por vosotros, incluso este rediseño del blog que me procurará tantas y tan merecidas andanadas de invectivas reveladoras de una absoluta carencia del más mínimo gusto estético.

Gracias, en cualquier caso, por la pizza de berenjenas que me comí el viernes. Os salió francamente sabrosa, y no descarto pediros la receta cuando se me acabe el cilantro que me sirve de sustento cotidiano. Gracias también por la camisa que me compré el viernes. Ahora bien, la próxima vez que esté tanto tiempo sin hablaros, hacedme caso y raspadme la cutícula del único dedo índice que me queda en la mano derecha. Sabré interpretarlo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Entrada tremenda de más de tres párrafos

Todo ha comenzado hace una hora y media, cuando me he cruzado con un cura amigo que me ha pedido un favorcillo sin importancia: acompañarlo a bendecir una casa en un barrio de Murcia que queda más o menos absolutamente perdido. Como ya eran las nueve y aún no había acompañado a ningún cura a bendecir una casa, allá que me he ido.

Al llegar, en su coche, a la zona en cuestión, mal habitada y peor iluminada, nos ha salido al encuentro la solicitante de la bendición, una señora bajita, con un brazo tatuado, un piercing y una forma de hablar atropellada e inconexa, aderezos todos ellos suficientes como para disparar todos mis prejuicios a la vez. Y junto con mis prejuicios, cierto conato de pánico invencible.

Hemos bajado del coche y, después de unos cinco minutos andando, la señora ha recapacitado y ha estimado más oportuno ir en coche en vez de andando, porque no sabía muy bien dónde quedaba su nueva casa y creía que estaba más lejos de lo que había pensado en un primer momento. Eso sí, antes de subir en el vehículo nos ha advertido de que aún no le han puesto las luces y de que, pese a desconocer en ese momento su ubicación exacta, tenía la certeza de que íbamos a estar totalmente a oscuras.

El trayecto, de nuevo en el clergycar, hacia la casa, nos ha llevado unos diez minutos, tras recorrer calles vericuéticas y enredadísimas, y desembocar en una placita directamente deshabitada y rodeada de edificios de nueva planta. Yo imaginaba que acabaríamos siendo víctimas de una emboscada fatal que pondría fin a nuestras vidas, o al menos a mi dedo meñique, que es el que siempre se lleva la peor parte en los secuestros. No obstante, he tomado medidas y me he asegurado de hacerle una foto a la señora, que he enviado oportunamente a mi propio correo electrónico con intención confusa para cuando tuviera lugar la investigación policial.

En efecto, no había luz, ni vecinos. La cosa es que tampoco ha habido secuestro -sí bendición- y que la extravagancia de la señora no estaba reñida con una curiosa simpatía ni incluso con una dádiva crematística en sobre cerrado que ha quedado para gastos de la parroquia. Bien pensado, podría yo haber reclamado parte alícuota para pagar la caja de lexatines que, junto con todos mis prejuicios, necesitaré engullir esta noche si pretendo conciliar el sueño.

lunes, 4 de octubre de 2010

Iba él de peregrino

El jueves pasado, camino de casa de mi hermano y de su exnovia, provisto como de costumbre de cuatro pasteles de carne y una botella de vino, divisé en la lontananza a un señor con túnica marrón, largas melenas grises y abundante cabellera en idénticas tonalidades. Completaba el conjunto un báculo de peregrino, un cíngulo bien ceñido y unas sandalias zarrapastrosas.

Cuando nuestros caminos se cruzaron, se dirigió hacia mí y me preguntó por un hostal que quedaba a unos cincuenta coma ocho metros de dónde nos hallábamos. Decidí acompañarlo, porque me pillaba de paso y porque además a ver quién es el guapo que le dice que no a alguien con un cíngulo bien ceñido. De camino, me interesé por su existencia. Me comentó, con marcado acento norteño peninsular, que estaban grabando una serie por los alrededores y que de ahí su mamarrachería. Ya en la puerta del hostal, decidió agasajarme y yuxtapuso dos de las clásicas muestras verbales de cortesía:

"En serio, muchísimas gracias, de verdad que te daría algo, pero no llevo nada encima ahora mismo."

Y, acto seguido:

"Bueno, hasta otra, y muchas gracias, que si no nos ayudáramos entre los locos no sé quién nos iba a ayudar".

Proseguí mi camino. Y fue poco después, a la altura del segundo pastel de carne, cuando decidí quitar del blog la publicidad, los premios y el arbotante.

domingo, 3 de octubre de 2010

Buried (enterrado). La entrada con más spoilers de España

Es osado rodar una película sobre un señor secuestrado y enterrado en un ataúd, porque a poco que uno se descuide le sale una mezcla sin fuste entre La cabina, Saw y Cube, y la originalidad se va a hacer gárgaras. Rodrigo Cortés, que es más listo que el hambre y se sabe la lección, ha eliminado de Buried cualquier elemento misterioso o mágico, y nos presenta a un honrado transportista norteamericano que yace bajo suelo iraquí a la espera de que alguien pague un rescate millonario, con la única compañía de una navaja, un zippo, una linterna bicolor, un boli y una Blackberry.

La cámara no sale del ataúd durante la hora y media de película, y el espectador, para compensar, sale de la película de vez en cuando. Ni por agobio ni por claustrofobia. Más bien por deserción ante el estiramiento hipertrófico de la duración de lo que debió ser mediometraje, y ante la pérdida de tensión por algunas secuencias de un ridículo subido. Destaca el momento en que el guionista decide colocarle una serpiente al prota bajo los jeans, o algunas de las llamadas telefónicas (ojo a la sutilísima denuncia del capitalismo feroz, personificado en el Director de Recursos Humanos de la empresa de transporte).

Al final el bueno muere. Se ve venir cuando graba testamento ológrafo con la Blackberry. El director, por si acaso, se encarga de disipar las dudas que pudiera haber y recurre a engañar al pobre espectador con un falso happy end, al estilo de Haneke en Funny games, pero con menos mala leche y más tontuna. Si se hubiera estado quietecito, a lo mejor los últimos compases me habrían causado un patatús en vez de ganas de beberme la fanta de la señora que se me ha sentado a la derecha.

Todo esto es, naturalmente, exageradísimo. No me hagáis caso e id a verla.