Ya llevo dos meses y pico y, aunque tengo miedo de recaer, como casi todos los que se proponen dejarlo, esta vez creo que será la definitiva. Dicen que luego, a la más mínima oportunidad, vuelves y echas por tierra el esfuerzo de meses o incluso años. La verdad es que ahora mismo me encuentro bastante mejor, menos cansado, sin esos molestos dolores de cabeza y, sobre todo, más desahogado económicamente a final de mes, porque acaba saliendo carísimo.
Mis padres, mis amigos y algún que otro médico me lo habían recomendado desde que perdí unos 15 kg. hace año y medio: gimnasio, gimnasio y más gimnasio. Hasta mi última recaída, el objetivo era la pérdida de peso. Desde entonces, tras mi proceso de increíble mengua, el propósito era la adquisición de una cantidad congruente de centímetros cúbicos. Y el caso es que, por una vez, lo estaba consiguiendo. Incluso pensé en convocar una cena de promoción con los antiguos alumnos de Capuchinos para demostrarles que ahora, a mis 28 años, ya se me ven los bíceps.
¿A cambio de qué? -me pregunté hace ya dos meses y pico. De padecimientos indecibles, escozores diversos, gastos desmedidos y risitas veladas por parte de mis anabolizados compañeros de sala, que murmuraban desdeñosos al verme levantar menos de ochocientos kilos con el músculo uretral derecho mientras consumían tarrinas de un mejunje pastoso compuesto de excreciones de cetáceo que procura vigor y energía a cambio de trece o catorce años de vida.
Lo dejé. Mis bíceps se desdibujan como Michael J. Fox en "Regreso al Futuro", pero ya nada de eso importa. Tengo bastante con la esgrima, máxime cuando no he practicado ningún otro deporte desde antes incluso del nacimiento de mis ancestros. Lo cual me conduce a hablaros de mi último capricho ilegal: un bastón de esos con estoque interno. No pararé hasta que me haga con uno.
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