El otro día una amiga me leyó parte del Cartilla Moderna de Urbanidad para niños, colección "Libros de antaño", editorial F.T.D., Barcelona, 1929, disponible en las mejores librerías.
En él, se podían leer cosas como que los niños bien educados emplean con discreción y con tino el saludo debido y adecuado en cada caso según la persona a la que saluden, o que podrán retirarse a jugar a otra parte de la casa cuando estén de visita siempre y cuando se lo permitan sus papás. Sin embargo, los niños mal educados hacen ostentación de sus triunfos o no saben estarse quietos y faltan, unas veces por tímidos y otras por descarados.
No pude evitar acordarme del siguiente fragmento de "Mis Memorias", de Miguel Mihura:
"[...] Las muchachas de entonces se educaban de otra manera distinta a como hoy se educan. En lugar de aprender francés, inglés y mecanografía, ellas tenían un viejo preceptor que diariamente les daba lecciones de moral y de ética.
- Por muy guapa y muy hermosa que sea una muchacha, ¿puede mirar a un hombre con orgullo y desprecio, aunque el hombre que mire sea bajito y feo y tenga un pelo sí y otro no y vaya subido en un tranvía muertecito de frío? -preguntaba al preceptor una de las muchachas.
-No. Al contrario -respondía el preceptor. Una muchacha honesta y virtuosa, por muy guapa que sea y por muchos collares que tenga en el cuello, no debe mirar a ningún hombre con desprecio, sino todo lo contrario.
- ¿Cómo, entonces, debe mirar una muchacha honesta a un hombre que tenga un pelo sí y otro no, y vaya subido en un tranvía muertecito de frío?
- Es muy fácil. Una muchacha, por muy guapa que sea, debe mirar a ese hombre de frente y con la vista baja en señal de respeto. Con un ojo le debe mirar el sombrero y con el otro le debe mirar un pie; y si tiene ya confianza con él, puede mirarle con un ojo una oreja y con el otro ojo la otra oreja, pero siempre con expresión dulce y sin que en su mirada se vea orgullo, ni ira, ni soberbia, ni gula.
- ¡Y a los caballos! ¿Cómo debe mirar una muchacha honesta a los caballos? ¿Debe mirarlos por encima del hombro, sólo por haber tenido la desgracia de nacer caballos?
- No. Una muchacha honesta no mirará jamás a los caballos por encima del hombro. Si el caballo es bueno y honrado y tiene cuatro patas, le mirará dulcemente a las cuatro patas con un ojo, y con el otro ojo le mirará a la otra pata. Y si en alguna de las patas tiene alguna aguja clavada, se la quitará y se la pondrá a otro caballo que no tenga.
- ¿Y a las vacas? ¿Cómo debe mirar una muchacha honesta y virtuosa y morena a las vacas? ¿Las debe mirar por encima del hombro y con desprecio?
- Sí. A las vacas sí las puede mirar por encima del hombro y con desprecio porque una vaca es una vaca y nuestro reglamento lo permite.
- ¿Y a las gallinas? ¿Con desprecio o no?
- No.
- ¿Y a las sardinas en aceite?
- Sí.
Y así continuaban las lecciones horas y horas, mientras por el techo de la habitación revoloteaban las palomas como en las tarjetas postales."
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