Pero no por espada, ni por sable, ni por florete, ni por florín, sino por la faringitis malévola que tanto se lleva esta temporada. El hecho es que el viernes canté la Misa de Gallo, el sábado di un concierto y el domingo, vulgo ayer, canté una misa con gallos (no sólo míos). Si a eso sumamos que el clima aquí pasa de tropical a mediterráneo y viceversa en lapsus de tiempo imperceptibles para el oído humano, y que después de cada evento litúrgico ha sucedido uno gastronómico en locales ahumados y vociferados a los efectos oportunos, el resultado es inevitable.
Lo cierto es que he aguantado como un campeón, después de un mes de diciembre haciendo slalom entre los virus de padre, de jefe sub uno, de jefe sub dos y de compañeras y compañeros de trabajo. La última bandera ha ido a parar directa a mi faringe, que a estas alturas ya ocupa todo el interior de mi organismo.
Como me han ordenado que me cuide, tomo neobrufenes a tutiplén precedidos de protectores estomacales a mansalva, bebo agua a sorbitos delicadísimos, evito articular sonidos y salgo todos los días a correr diez kilómetros. Y así, con todos esos cuidados, seguro que pasado mañana estoy como una rosa y puedo vociferar el penúltimo concierto navideño.
Lo cierto es que he aguantado como un campeón, después de un mes de diciembre haciendo slalom entre los virus de padre, de jefe sub uno, de jefe sub dos y de compañeras y compañeros de trabajo. La última bandera ha ido a parar directa a mi faringe, que a estas alturas ya ocupa todo el interior de mi organismo.
Como me han ordenado que me cuide, tomo neobrufenes a tutiplén precedidos de protectores estomacales a mansalva, bebo agua a sorbitos delicadísimos, evito articular sonidos y salgo todos los días a correr diez kilómetros. Y así, con todos esos cuidados, seguro que pasado mañana estoy como una rosa y puedo vociferar el penúltimo concierto navideño.