He leído los siete libros de Harry Potter. Es más, llegué a leer hasta dos veces los cuatro primeros, sin causa conocida ni posiblemente cognoscible. Y eso que no me cae bien Mrs. Rowling, que llegó a afirmar que El Señor de los Anillos le parecía aburrido, lento y con muchas descripciones (¡!), o que Albus Dumbledore es, aparte de anciano y venerable, gay (los personajes de Jotacá, por lo visto, existen también fuera de los libros). Sin embargo, dentro del género y en una progresión geométricamente decreciente, confieso que la saga me resulta entretenida. Ni más, ni menos.
Cosa bien distinta son las seis películas y 1/2 que se han rodado, cuyo visionado abandoné a su suerte allá por la quinta entrega. Les reconozco el gran mérito de haber dado con un actor cuyo único talento artístico es parecerse físicamente al atribulado mago protagonista; de haberlo rodeado de una docena de advenedizos a modo de corifeo; y de haberlo mantenido en todas las entregas, pese a que sea ya un bigardo con edad suficiente para ocupar la cartera del Ministerio de Magia.
El resto, grandes actores al servicio de guiones mínimos y la certeza impúdica y patente por los sucesivos directores y guionistas de que, con el tirón de la franquicia, igual daría un guión sólido que un plano fijo de ciento veinte minutos sobre una morcilla de arroz, siempre que apareciera la hache con forma de rayo en el cartel de la peli.
Otro gallo nos habría cantado si hubieran decidido incluir a Leslie Nielsen para interpretar todos los papeles, pero ahora es tarde y no nos queda más remedio que el lamento resentido.
Cosa bien distinta son las seis películas y 1/2 que se han rodado, cuyo visionado abandoné a su suerte allá por la quinta entrega. Les reconozco el gran mérito de haber dado con un actor cuyo único talento artístico es parecerse físicamente al atribulado mago protagonista; de haberlo rodeado de una docena de advenedizos a modo de corifeo; y de haberlo mantenido en todas las entregas, pese a que sea ya un bigardo con edad suficiente para ocupar la cartera del Ministerio de Magia.
El resto, grandes actores al servicio de guiones mínimos y la certeza impúdica y patente por los sucesivos directores y guionistas de que, con el tirón de la franquicia, igual daría un guión sólido que un plano fijo de ciento veinte minutos sobre una morcilla de arroz, siempre que apareciera la hache con forma de rayo en el cartel de la peli.
Otro gallo nos habría cantado si hubieran decidido incluir a Leslie Nielsen para interpretar todos los papeles, pero ahora es tarde y no nos queda más remedio que el lamento resentido.