lunes, 29 de noviembre de 2010

Riddikulus!

He leído los siete libros de Harry Potter. Es más, llegué a leer hasta dos veces los cuatro primeros, sin causa conocida ni posiblemente cognoscible. Y eso que no me cae bien Mrs. Rowling, que llegó a afirmar que El Señor de los Anillos le parecía aburrido, lento y con muchas descripciones (¡!), o que Albus Dumbledore es, aparte de anciano y venerable, gay (los personajes de Jotacá, por lo visto, existen también fuera de los libros). Sin embargo, dentro del género y en una progresión geométricamente decreciente, confieso que la saga me resulta entretenida. Ni más, ni menos.

Cosa bien distinta son las seis películas y 1/2 que se han rodado, cuyo visionado abandoné a su suerte allá por la quinta entrega. Les reconozco el gran mérito de haber dado con un actor cuyo único talento artístico es parecerse físicamente al atribulado mago protagonista; de haberlo rodeado de una docena de advenedizos a modo de corifeo; y de haberlo mantenido en todas las entregas, pese a que sea ya un bigardo con edad suficiente para ocupar la cartera del Ministerio de Magia.

El resto, grandes actores al servicio de guiones mínimos y la certeza impúdica y patente por los sucesivos directores y guionistas de que, con el tirón de la franquicia, igual daría un guión sólido que un plano fijo de ciento veinte minutos sobre una morcilla de arroz, siempre que apareciera la hache con forma de rayo en el cartel de la peli.

Otro gallo nos habría cantado si hubieran decidido incluir a Leslie Nielsen para interpretar todos los papeles, pero ahora es tarde y no nos queda más remedio que el lamento resentido.

sábado, 27 de noviembre de 2010

De tripas corazón

La primera vez que oí hablar de la serie The walking dead fue gracias a una amiga rubia, bella, docta, culta, calma, queda y copta. Me recriminó mi carencia de interés hacia la problemática zombie, ante lo que yo alegué que no era desinterés sino desgana, ataraxia, apatía y abulia. Ella ama a los zombies. Tiene diez o doce en el patio de su cortijo, perfectamente adiestrados, y los alimenta únicamente de carne proveniente de humanos de renta alta. Agaché la cerviz, consciente de mi inferioridad y de que no soy tan rubio como ella, y me dispuse a ver todos y cada uno de los capítulos, por orden cronológico, por orden alfabético y por orden del señor alcalde.

Confieso que me está fascinando. El primer capítulo puso el listón más bien alto, y en los cuatro que van ha habido irregularidades, pero ahí sigue The walking dead, candidata a ocupar el puesto de serie que jamás suplirá a Lost. La serie se compone de zombies, resistencia humana, armas, sangre, intestino delgado, intestino grueso, tórax, cerebelo, cerebro, masa encefálica, yunque, martillete, alegrías, granaínas y tarantos.

Os la recomiendo. Da un poquito de miedo, y bastante asco generalizado, pero compensa por el mal rato que se pasa y porque aparece un señor calvo disparando al tuntún. Si no os veis capaces, compraos el comic, que también vale. Si tampoco podéis con el comic, ved la serie. Y así sucesivamente.

Muchas gracias.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Asalto generacional

Ayer, disertando con algunos de mis alumnos, salió a colación la genial película Moon y sus reflexiones sobre el derecho, la ética, la empresa y la mismísima vida humana. En tales divagaciones andábamos cuando una alumna me espetó que eso tenía pinta de rollo friki, y yo, que no puedo tolerar que mis alumnos se pierdan joyicas como esa en beneficio de detritus como Avatar, quise bajar Moon del firmamento para que sintieran su calidez y cercanía.

El elenco de actores no es demasiado conocido, ni sus efectos especiales demasiado despampanantes, ni el compositor de su banda sonora demasiado John Williams... Pero siempre hay un camino, y pensé que la genealogía de su director, Duncan Jones, podría servir a mis aviesas intenciones. Porque Duncan Jones es sólo uno de los tres nombres por los que se conoce a Zowie Bowie o Joey Bowie, hijo de David Bowie. ¡De David Bowie!

¿De David Bowie? Impacto cero entre el pupilaje. Caras de extrañeza. Les pregunté si no conocían a David Bowie, el famoso cantante con actual cara de lesbiana vieja. No podía creerlo. Nadie a la de una. Nadie a la de dos, cuando lo relacioné con Mick Jagger, que sí que les sonaba de algo. Una, tímidamente, a la de tres, cuando mencioné Dentro del laberinto.

Esta afrenta a mi juventud no quedará impune. No pienso hablarles de la apasionante vida de Gloria Lasso ni de su nula relación con el ordenamiento jurídico español.


jueves, 18 de noviembre de 2010

Mi garaje ha explotado (entrada repugnante)

Cuando ayer me disponía a sacar a pasear al coche, bastó abrir la puerta que da al garaje para recibir una vaharada de realidad en avanzado estado de descomposición. Observé por los suelos las cañerías que solían surcar los techos, amén de un líquido turbio y desasosegante que me cerró el apetito y nubló mi entendimiento.

Tras un examen minucioso con entendimiento nublado, concluí que no es justo culpar al garaje. Ni a las cañerías. Su contenido, hasta entonces oculto en los intestinos del edificio, salió a la luz pública de neón que ilumina la estancia, junto con las costumbres higiénicas de mis camaradas de propiedad horizontal. Papeles de periódico, algodón y compresas, entre otras cosas.

Por ahora, bastante tengo con llegar de la entrada al coche y del coche a la entrada con la respiración contenida y sin desfallecer, ni fallecer. Cuando mis niveles de oxígeno se normalicen, comenzaré las pesquisas. Y en cuanto dé con el los culpables, que se preparen para recibir uno de mis famosos e imperceptibles juicios reprobatorios.

martes, 16 de noviembre de 2010

Lunes, máster y miércoles

Este curso, además de embadurnar de juridicidad a los alumnos de los grados de Derecho y Criminología, me dedico a impartir docencia esporádicamente en diversos másteres de postgrado, que, por cierto, se nos han quedado preciosos.

Ayer, durante una de estas sesiones postgraduales, el destino se interpuso en mi camino. No en forma de perro con jamón, sino de dos señores subidos en un andamio que se dedicaron a horadar, con taladradoras nucleares, el muro exterior del aulario, a medio metro escaso debajo de mi aula. En un encomiable ejercicio de sincronización, bastaba con que yo abriera la boca para que apretaran el gatillo. Se impuso el traslado.

Ya en la nueva ubicación, proseguí con las divagaciones acerca del artículo 15 de nuestro texto constitucional. En esas me hallaba cuando, sin previo aviso y para gran sorpresa mía, escuché un sonido como de obturador de cámara de fotos. Al dirigir la vista al lugar de los acontecimientos, di con una alumna con un teléfono móvil aún humeante en sus manos. Confesó, levísimamente turbada, que me había hecho una foto, y que si se lo pedía la borraría sin problema. No supe qué contestar. Si se os ocurre algo, llamad al número que aparece en pantalla. Gracias.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Plácido


Hace dos semanas me encargaron una conferencia, en la Facultad, sobre Bienvenido Mr. Marshall, la España de mediados de siglo, nuestra amistad con Estados Unidos y demás petisoperías. Acepté, claro. Y ayer va Berlanga y se me muere con una desfachatez tal que ha provocado que acabe de volver a ver Plácido.

Qué mejor cruz para la cara de Qué bello es vivir. Ácida, corrosiva, cruel, esperpéntica, verdadera. Jamás viose tal maestría para dar fuerte y flojo a la baja alcurnia, a la caridad mal entendida, a la hiperhipocresía, y a los cuarenta millones de españas -aprox.- que han de helarte el corazón. No sé hacia dónde miraba la censura el día en que Berlanga se presentó con el guión del gran Azcona, pero es increíble que la dejaran pasar con la única condición de cambiarle el nombre (el original era Siente a un pobre en su mesa).

Si no la habéis visto, hacedlo por mí primero y por vosotros después. O sea, dos veces. Como mínimo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cine, del griego κίνημα, -ατος

Además de un hermano que te puede sacar de internet sin anestesia, soy propietario de una hermana, de nombre María Isabel, seis años menor que yo y sometida en consecuencia a mí por derechos de primogenitura y jerarquía dinástica. La mencionada, en un alarde de pragmatismo sin parangón, decidió estudiar Filología clásica y especializarse en griego antiguo, asignatura que imparte con desenvoltura y gracejo en un instituto público situado a lo largo de la geografía española.

En malévola connivencia con su colega bibliotecaria, mi hermana me involucró hace unas semanas en la inauguración de un cinefórum mensual en el mismísimo instituto. Me tocó presentar Sleepy Hollow, de Tim Burton, y he de confesar que mis reparos iniciales se vieron pronto superados por un público estupendo, una ambientación terrorífica y una serie de brownies y bizcochos de todos los colores, sabores y texturas.

La cuestión es que eso pasó el jueves por la tarde. Todos los demás días he tenido clases habituales y clases no habituales o de máster. Hasta cuatro horas seguidas, con pequeños descansos para propinar pequeños sorbos a un botellín de agua mineral. Esa ha sido la tónica general de la semana. El sábado me adherí al sofá, y el domingo decidí que lo mejor era andar quince kilómetros por el campo. ¡Comprendedlo, no me quedaba más remedio que descuidar el blog!