La primera, el jueves por la tarde. Lo previsto era asistir a lo que yo creí un encuentro-charla-coloquio con Ricardo Liniers y que resultó ser la final de un certamen de rockeros murcianos, en cuyo jurado figuraba el dibujante suprascripto. Había que pagar para entrar y esas cosas al final acaban pasando factura, así que opté por la retirada honrosa. Además, a pocos metros de la falsa conferencia, en la catedral, tenía lugar un conciertazo de órgano, y allí me dirigí, con un despecho no exento de distinción y elegancia.
Sabéis que en los conciertos de música clásica hay gente que tiende a toser y a carraspear en momentos especialmente delicados, debido a la dificultad que experimentan al contemplar cómo otros sí disfrutamos de la música. Como el órgano de la catedral tiene gran fama, y suena potente y estruendoso, los melófobos tuvieron que mandar comandos especiales. Así, durante todo el concierto tuve de compañero de banco a un anciano provisto de algún adminículo bucodental capaz de sonar como si chasqueara la lengua contra el paladar con un leve matiz de absorción nasal. Y, por si no fuera suficiente, mientras sonó el segundo Bach, el señor de detrás aprovechó para hacer una llamada de móvil y hablar durante unos minutos con un grandísimo amigo suyo a juzgar por las jocosas expresiones que profería. La victoria de la trompetería del órgano fue pírrica, pero no hubo que lamentar demasiadas bajas.
El segundo imprevisto, hoy. El plan era grabar durante toda la mañana tres cantigas completas de Alfonso X el Sabio. Grabación seria, con sus pruebas de sonido, sus micrófonos, su viola da gamba, su percusión, su flauta dulce y sus ocho voces arcangélicas. ¿Cómo puede torcerse un plan tan milimétricamente elaborado? Sencillo: ubicando espacialmente la sala de grabación cerca de un espacio con infrecuentes usos de explanada de conciertos y ubicando temporalmente la grabación el día del maratón de la música heavy en Murcia, de doce del mediodía a doce de la media noche. La regia potestad de don Alfonso nada ha podido hacer contra los berridos y barritos anexos, así que hemos recogido y nos hemos visto obligados a recoger y vagar de taberna en taberna ahogando nuestra frustración en vermú abundante.
Corren malos tiempos para la música, chicos. A no ser, claro, que prefiráis el rock a la monótona monodia de una buena cantiga. Permitidme concederos el maleficio de la duda.
Sabéis que en los conciertos de música clásica hay gente que tiende a toser y a carraspear en momentos especialmente delicados, debido a la dificultad que experimentan al contemplar cómo otros sí disfrutamos de la música. Como el órgano de la catedral tiene gran fama, y suena potente y estruendoso, los melófobos tuvieron que mandar comandos especiales. Así, durante todo el concierto tuve de compañero de banco a un anciano provisto de algún adminículo bucodental capaz de sonar como si chasqueara la lengua contra el paladar con un leve matiz de absorción nasal. Y, por si no fuera suficiente, mientras sonó el segundo Bach, el señor de detrás aprovechó para hacer una llamada de móvil y hablar durante unos minutos con un grandísimo amigo suyo a juzgar por las jocosas expresiones que profería. La victoria de la trompetería del órgano fue pírrica, pero no hubo que lamentar demasiadas bajas.
El segundo imprevisto, hoy. El plan era grabar durante toda la mañana tres cantigas completas de Alfonso X el Sabio. Grabación seria, con sus pruebas de sonido, sus micrófonos, su viola da gamba, su percusión, su flauta dulce y sus ocho voces arcangélicas. ¿Cómo puede torcerse un plan tan milimétricamente elaborado? Sencillo: ubicando espacialmente la sala de grabación cerca de un espacio con infrecuentes usos de explanada de conciertos y ubicando temporalmente la grabación el día del maratón de la música heavy en Murcia, de doce del mediodía a doce de la media noche. La regia potestad de don Alfonso nada ha podido hacer contra los berridos y barritos anexos, así que hemos recogido y nos hemos visto obligados a recoger y vagar de taberna en taberna ahogando nuestra frustración en vermú abundante.
Corren malos tiempos para la música, chicos. A no ser, claro, que prefiráis el rock a la monótona monodia de una buena cantiga. Permitidme concederos el maleficio de la duda.
11 comentarios:
Pero entonces, además de autor publicado, ¡vas a ser artista pirateado! ¿Por qué no nos das más información? Si los rockeros murcianos te lo permiten, claro.
Y el caramelito, qué me dices de los que no conformes con sus toses colaboran con la ambientación sonora del concierto con el plástico del caramelito.
Superflicka, pues se trata de un cedé con tres cantigas de Alfonso X a encargo de la Real Academia de Santa María de la Arrixaca. ¿Tres cantigas? Qué poco -pensarás. Tres cantigas con todas sus letras. Un disparate (un disparate en castellano antiguo, además).
Gesualdo, no hizo falta. El señor del adminículo suplió con creces.
Un día me plantaré en un concierto Rock o Heavy, o también Pop con un fusíl kalashnikov y entonces vendrán los "madre mía"...
No saben lo peligrosos que somos los que amamos el sonido y odiamos el ruido.
Me ha venido a la cabeza el señor William Christie dirigiendo L'Orfeo a la vez que tocaba el clavecín y dándose la vuelta con cara de estar evidentemente airado con un señor tosedor que no dejaba de fastidiar los mejores momentos.
Quiero saber por qué la gente que nunca tose, ni carraspea, ni come caramelos en su vida funcional normal, se dedica a hacerlo durante los conciertos con esa curiosa habilidad de elegir precisamente el momento delicado.
También la situación inversa, esto es: por qué la gente que hace llamadas de móvil en todos los momentos inconvenientes, nunca lo hace mientras está en soledad y sin nadie en centímetros a la redonda a quien informar de cómo, dónde y en qué estado se encuentra.
Y por último: por qué hay que pagar para entrar en sitios en los que no haría falta, y es gratis acudir a eventos que, además de tener SIEMPRE aforo limitado, requiere un público interesado de verdad.
Ahí queda eso.
Últimamente nos estamos poniendo todos violentísimos, y eso me agrada tanto que dedicaré el próximo post (lato sensu) a la controversia entre hugonotes y calvinistas. Quien gane se llevará la preciada estatuilla.
Yo es que los conciertos "de gratis" los prohibiría totalmente bajo pena de excomunión sustituible con cincuenta o doscientos azotes. Un misereable eurillo que evite esos que entran recorren los tropecientos metros de entarimado, de por ejemplo los Dominicos de Salamanca; "cloc, clolc, cloc," se sientan en un desvencijado banco que cruje; "ñik, ñik", escuchan una pieza o movimiento, con suerte, y otra vez serenata de crujidos y taconazos. A algunos incluso en tan breve tiempo les da tiempo a toser, carraspear y estornudar y ya rizando el rizo, supongo que esto sólo esta al alcance de los más profesionalizados, incluso pueden dejar caer el paraguas sobre dicho entarimado, con un efecto estremecedor que ríete tú de las carracas o matracas del Oficio de Tinieblas.
Blimey! Por fin se revuelven aquí las negras aguas de los ruiditos, denominados en mi comarca ruiditi(por el plural de la 2da declinación, se comprende).
Porque a quienes odiamos ese verdadero suplicio, los demás invariablemente nos hacen sentir intolerantes o marginales con su discurso asquerosamente conciliador... para con los otros! A veces es la propia madre quien dice "pero qué neurosis...! la tía Puri no tiene la culpa de que su dentadura haga pltshch pltshch!" y eso genera contradicciones porque la madre es la madre y es terrible tener que pensar en acabar con ella.
En mi modesto prontuario figuran gestas sin mayores consecuencias -arrancarle el vasito de papel a un señor que se entretenía en pasarle la uña parribapabajo en plena proyección de "Resident evil", preguntarle a una señora si podía soltar el maldito (sic) papelito del puto (sic) caramelo o si eso de estirarlo y arrugarlo iba a ser eterno porque entonces le agradecía haber conocido el infierno en vida, amenazar de muerte en la cola del Correo a un niño con un boli retráctil cuando su madre no miraba; y preguntar en el teatro a una señorita mu mona si en su casa no le habían enseñado a mascar chicle con la boca cerrada.
El más reciente admito que es preocupante porque el crescendo de exasperación a la larga podría acarrearme consecuencias legales. Pero cuando suena un violín, señora-con-la-entrada-en lamanoquelaabríaylacerraba-con-un fijjjj-fajjj y que-no-quiso abandonar su gesta pese a mis fieras miradas y carraspeos, cuando suena un solo de violín como aquél, SIEMPRE voy a arrancarle la entrada y la dejaré caer por el palco hacia la platea. Siempre.
Lo malo es que quien queda como un loco es uno, martirizado por el ruiditi atormentador, y no quien lo inflige en sitios donde la regla número uno es el SILENCIO.
He consultado a un psicólogo amigo sobre el tema y me dijo que los TOC existen, pero que la fobia a los ruiditi no es un TOC y sólo me ha dado la razón. Me alegro. Lo malo es que entonces no habrá atenuante para mi próximo e inevitable acto de violencia.
Gesualdo, conviene ir exterminando poco a poco a toda esa gente, pero así, sin que se den cuenta.
Duke, los TOC tienen nombre de ruidos, me provocan TOC.
Cómo, ¿pues las cantigas no estaban escritas en galaicoportugués? A mí todo esto me da mucho miedo…
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