Hace años me regalaron un reloj superchulo. Hasta entonces no me había dado cuenta de lo que la gente puede llegar a fijarse en los relojes. Si fuerais sinceras, mujeres lectoras o lectrices, cuando os preguntaran sobre la parte del cuerpo en la que primero os fijáis del opuesto sexo, contestaríais que es el reloj, y no los ojos, las manos, el músculo periestafilino interno o todas esas fruslerías que soléis responder a tan frecuente cuestión.
Por tanto, puede decirse que, sin proponérmelo, fardo de reloj. Lo que no debería decirse, aunque os confío porque -de tontos sería no admitirlo a estas alturas- os amo con todo mi corazón y con todo mi músculo periestafilino interno, es que mi reloj atrasa. No unos segundos cada muchas horas, en plan imperceptible. Tampoco de forma paulatina. Mi reloj sorprende y, de un momento a otro, es capaz de retrasar perfectamente cinco o diez minutos sin una triste alarma que sirva de aviso.
Naturalmente, lo llevé a reparar cuando aún estaba en garantía. En la relojería me hicieron firmar papeles de todo tamaño, color y orientación sexual y, tras una semana (seis días y unos pocos minutos, en mi reloj), recibí la tristísima buena noticia de que el aparatito estaba estupendamente, y que el problema radicaba con seguridad en su exposición continuada a arcos voltaicos o campos electromagnéticos, a cuya compañía me debieron de notar proclive.
Si algún día quedamos y llego tarde, por tanto, no me culpéis a mí, sino al perverso electromagnetismo que, no cabe ya duda, involuntariamente desprendo.
Por tanto, puede decirse que, sin proponérmelo, fardo de reloj. Lo que no debería decirse, aunque os confío porque -de tontos sería no admitirlo a estas alturas- os amo con todo mi corazón y con todo mi músculo periestafilino interno, es que mi reloj atrasa. No unos segundos cada muchas horas, en plan imperceptible. Tampoco de forma paulatina. Mi reloj sorprende y, de un momento a otro, es capaz de retrasar perfectamente cinco o diez minutos sin una triste alarma que sirva de aviso.
Naturalmente, lo llevé a reparar cuando aún estaba en garantía. En la relojería me hicieron firmar papeles de todo tamaño, color y orientación sexual y, tras una semana (seis días y unos pocos minutos, en mi reloj), recibí la tristísima buena noticia de que el aparatito estaba estupendamente, y que el problema radicaba con seguridad en su exposición continuada a arcos voltaicos o campos electromagnéticos, a cuya compañía me debieron de notar proclive.
Si algún día quedamos y llego tarde, por tanto, no me culpéis a mí, sino al perverso electromagnetismo que, no cabe ya duda, involuntariamente desprendo.
10 comentarios:
Uf... Ya me gustaría a mí que mi reloj me diera tiempo extra. Podría terminar cosas que a veces tengo que dejar a medias, no se me escaparía el metro, tendría un cuarto de hora más para dormir, para ducharme tranquilamente, llegaría siempre a todas las citas, envejecería de manera mucho más lenta, y por si todo esto fallara o fallase, podría poner la gran excusa de que mi reloj mide el tiempo como quiere, y de paso como a mí me gusta.
Con la gran ventaja de que tener algo que te sorprenda cada día en tu vida es con lo que normalmente soñamos todas las lectoras o lectrices. No se puede pedir más.
(P.D.- la concordancia correcta es "sirva" de aviso).
¡Ah! Y por mucho que nos ames, si desprendes radiactividad y cosas raras, con lo de quedar ni cuentes...
Ni ojos, ni reloj, ni etcaetera: lo que toda mujer busca en el sujeto masculino, con lúbrica mirada, es el tramo exacto en que los pelos de la nariz se unen con el mostacho para formar un masculino, testosterónico, feromónico bigotazo.
PS: esa gente que va por la vida regalándote porquerías falladas no es mas que gentuza, digo yo.
María, pero si ahora ya venden ropajes antiradiación que son una auténtica monería. Reconsidéralo, anda.
Ignatia, ¿y qué hacemos los que no presumimos de esa parte del cuerpo en la que tanto os fijáis las señoras y algunos hombres dados a la tala de árboles?
Si careces de tan perturbador apéndice del deseo, sólo te queda practicar una coreografía juguetona y emitir con gracia: Chiquichí-chiquichí-chiquichí chiquichí-chiquichí- chiquichí-chiquichí-chiquichí chiquichí-chiquichí- chiquichí-chiquichí-chiquichíchiquichí-chiquichí.
A lo mejor es verdad que tu reloj funciona perfectamente, sólo que en lugar de medir el tiempo humano, mide, por ejemplo, el tiempo de los elefantes...
Baileys, deja el reguetón. No es momento ni lugar.
Superflicka, o eso, o que yo soy un adelantado a mi tiempo.
Ahí le has dado, Ángel, el reloj es una de las primeras cosas en las que me fijo!!!!!!!!!!!
¡Ya lo sé! Siempre mirando mis muñecas... ¿Creías que no me iba a dar cuenta?
Esto de tu electromagnetismo y tu tendencia a los arcos voltaicos me deja mucho más claro porque tú has sido elegido por la Isla, como tuviste a bien comunicarnos vía feisbuc.
De ahora en adelante ajustaré el mío cada día con el teletexto esperando una señal... aunque creo que con los del decathlon no va a funcionar :(
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