jueves, 23 de noviembre de 2006

(S)obra de teatro

Hace tres años, o, para ser más exactos, el curso pasado, encontrábame yo en actitud vigilante mientras un grupito de alumnos septembrinos se mordían las neuronas para superar la asignatura de Humanidades en segunda convocatoria.

No sé si en alguna ocasión habéis tenido la oportunidad de cuidar del orden público en un examen ajeno. Existen pocas experiencias tan gratificantes, y cuando digo "gratificantes" quiero decir "tediosas hasta el paroxismo", como inferís. El caso es que empecé a garabatear sobre un folio, con ese gesto adusto tan característico de los profesores que garabatean sobre folios, y de ahí nació este pequeño engendrillo teatral. Mi propósito era representarlo en un cumpleaños inminente, pero al final, lo de siempre... fuese y no hubo nada.

Quede aquí, pese a todo.




HUMANIDEDOS

Ángel


(La acción transcurre en una sala cualquiera donde B espera impaciente, consultando constantemente su reloj con gesto de visible intranquilidad. Aparece en escena A, llevando consigo un maletín y con el dedo meñique de su mano izquierda recto y estirado)

A.— Buenas tardes, ¿es aquí la representación?
B.— (Recriminatorio) En efecto, aquí es, llevo dos horas esperándole y empezaba a impacientarme. Llega usted con media hora de antelación.
A.— Es que para venir más rápido he dejado el coche en el garaje y he venido a pie.
B.— Ustedes los representantes siempre encuentran excusas.
A.— No crea usted esos rumores. Los crean otros.
B.— (mirando el dedo meñique de A) ¿Qué le pasa en el dedo?
A.— No, nada, que se me ha sostenido en el fa del piano y durante tres días lo tengo que llevar así o no habrá más remedio que amputarlo.
B.— ¿El dedo?
A.— No, el piano.
B.— Vaya…
A.— (Levantándose) Voy.
B.— No, mejor quédese. Bueno, ¿lo trae usted?
A.— ¿El piano?
B.— No, el dedo.
A.— (sorprendidísimo) Ah sí, claro, el dedo. Precisamente lo apunté en la agenda para no olvidarlo, pero al final se me ha olvidado.
B.— ¿El dedo?
A.— No, la agenda.
B.— ¿Y el dedo?
A.— ¿Qué dedo? (por segunda vez y en el mismo tono sorprendidísimo) Ah sí, claro, el dedo. Sí, aquí lo traigo.
B.— Pues es una lástima, porque ahora mismo no necesitamos dedos. Si tuviera usted detergente ya sería otra cosa.
A.— Claro, sería detergente.
B.— No necesariamente.
A.— (Tras meditar) Ahí lleva usted razón, pero en lo de antes no tanta.
B.— Por cierto, ¿usted qué representa?
A.— Obras de teatro de cumpleaños.
B.— ¡Oh, los cumpleaños! En cualquier caso, convendrá conmigo en que los cumpleaños de ahora no son como los de antes. ¡Aquello sí que eran cumpleaños! Eran tiempos de abundancia y prosperidad, y la gente cumplía los años que quería. Sin ir más lejos, recuerdo el último cumpleaños de mi abuelo, que cumplió seis años el mismo día, y no contento con eso, magnánimo como era, cumplió otros dos para un amigo suyo que era pobre y no podía cumplir. ¡Qué tiempos! ¡Qué abuelos! (momento de gran añoranza, en que ambos miran al vacío con expresión sonriente). Lo que pasa es que ahora lo que necesitamos son dedos. Hace falta mucho dedo de obra.
A.— (Corrigiendo prudentemente, con cierta timidez) Querrá usted decir “mano”.
B.— Sí, es cierto. Hace falta mucha mano de dedo. Tiene usted razón, pero yo no tanta.
A.— Pues ahora mismo dedos, dedos… no tengo, pero si quisiera detergente u obras de teatro…
B.— (Repentinamente muy ofendido) ¿Se está usted riendo de mí?
A.— Sí, claro.
B.— (Mucho más tranquilo) Ah, bueno, era por saberlo.
A.— Es fundamental saber reírse de uno mismo, ¿no cree?
B.— Personalmente, opino que es mucho más fundamental saber reírse de los demás.
A.— (Tras meditar) Ahí lleva usted razón, pero en lo de antes no tanta.
B.— (Cambiando de tema, aunque tremendamente interesado) ¿Ha visto usted las noticias?
A.— No.
B.— ¿Y qué han dicho del tiempo?
A.— Que transcurre inexorablemente.
B.— Vaya, habrá que coger el paraguas. ¿No tendrá usted un paraguas por casualidad?
A.— No, sólo llevo dedos y paraguas.
B.— Qué rabia, con la ilusión que le hubiera hecho a mi mujer una obra de teatro. Hoy cumple años, ¿sabe?
A.— ¡Enhorabuena! ¿Cuántos?
B.— Hoy sólo uno.
A.— ¿Y cómo se llama su mujer?
B.— Margarita.
A.— (Indignado) No me gusta nada, tiene nombre de pájaro.
B.— Entonces José Miguel.
A.— (Comprensivo y casi paternalista) Mucho mejor, ¿ve cómo no es tan difícil?
B.— Sí… (tras meditar), ahí lleva usted más razón que yo, pero no tanta como antes.

(Momento de pausa, un poco incómoda)

A.— (De nuevo un poco molesto) Bueno, pues si no le interesa nada, yo me voy a ir.
B.— Ah, ¿pero no se había ido usted ya?
A.— Sí, pero poco.
B.— (Reparando en la maleta) Oiga, ¿y qué lleva usted en esa maleta?
A.— ¿Aquí? (eufórico, casi gritando, como loco) Dedos, millones de dedos.
B.— Se los compro todos. Todos. Son para un cumpleaños.
A.— ¡Hombre, en ese caso se los regalo! Lástima que no tenga usted por ahí un poco de detergente; me han dicho que ahí fuera el tiempo está pasando inexorablemente.

—FIN—

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Aquí don Ángel cada día se parece más al autor de la Biblia. A Dios, o sea. Esta obrita de teatro me recuerda mucho al Apocalipsis, en concreto: que es absurdo e ininteligible, pero muy divertido. Está usted sembrao, amigo. Enhorabuena.

Agus Alonso-G. dijo...

Caray, don Paco, le intuyo creyentísimo... y muy proselitista.

Anónimo dijo...

No sabe usted cuánto, amigo Agus.

Agus Alonso-G. dijo...

Me lo suposicionaba.