Como sabéis, la semana pasada sufrí una lesión en el hombro izquierdo; mi primera lesión, la protolesión, que me ha obligado a guardar reposo y durante cuya convalecencia han pasado por mi mente, a cámara lenta y como consecuencia de la ingesta masiva de ibuprofenos de diversos colores, olores y texturas, los grandes logros deportivos de mi vida. Narraré uno, pero en tercera persona del singular, como mandan los tratados internacionales en vigor.
Corrían los años ochenta. Mecano triunfaba, los especiales de Martes y 13 aún eran especiales y llevar ropa ochentera no se consideraba retro. En un rincón del patio del Colegio San Buenaventura de Murcia, un joven enclenque ataviado con el riguroso uniforme gimnástico se preparaba para correr los cincuenta metros lisos con un plan perfecto para bajar de una vez su marca personal y pasar de los infames 8'16" a los gloriosos 7'59". Lo importante era que la cabeza sobrepasara la línea de meta, así que una leve inclinación del tronco hacia delante aseguraba un éxito fruto de meses de reflexión pausada y serena.
En efecto, así fue. Aún resuenan los aplausos de los testigos que pudieron contemplar la proeza del compañero que siempre pasaba inadvertido, que se colocaba tras las columnas, que no subía la cuerda ni aunque ardiera por su extremo inferior y que ocupaba siempre misteriosamente el último puesto en la fila para cualquier ejercicio que requiriera espera. Porque no era para menos. Porque no todos los días se ven angulaciones corporales tan paulatinamente decrecientes como aquella, ni aterrizajes de emergencia sin avión, ni el hundimiento moral del urdidor de una trama perfecta sometido a la tiranía del cronómetro, que, ni siquiera así, bajó de los ocho malditos segundos.
Corrían los años ochenta. Mecano triunfaba, los especiales de Martes y 13 aún eran especiales y llevar ropa ochentera no se consideraba retro. En un rincón del patio del Colegio San Buenaventura de Murcia, un joven enclenque ataviado con el riguroso uniforme gimnástico se preparaba para correr los cincuenta metros lisos con un plan perfecto para bajar de una vez su marca personal y pasar de los infames 8'16" a los gloriosos 7'59". Lo importante era que la cabeza sobrepasara la línea de meta, así que una leve inclinación del tronco hacia delante aseguraba un éxito fruto de meses de reflexión pausada y serena.
En efecto, así fue. Aún resuenan los aplausos de los testigos que pudieron contemplar la proeza del compañero que siempre pasaba inadvertido, que se colocaba tras las columnas, que no subía la cuerda ni aunque ardiera por su extremo inferior y que ocupaba siempre misteriosamente el último puesto en la fila para cualquier ejercicio que requiriera espera. Porque no era para menos. Porque no todos los días se ven angulaciones corporales tan paulatinamente decrecientes como aquella, ni aterrizajes de emergencia sin avión, ni el hundimiento moral del urdidor de una trama perfecta sometido a la tiranía del cronómetro, que, ni siquiera así, bajó de los ocho malditos segundos.
12 comentarios:
Como apenas entiendo lo que leo, aunque sea bien explícito, mucho menos voy a entender lo que simplemente se sugiere, así que ni por asomo se me ocurre llegar a la conclusión de que en tan gloriosa ocasión te fuiste bruces.
8" = campeón
Gesualdo, ¿me estoy volviendo demasiado críptico? Debería cuidar mis lecturas.
Nils, es que, ahora que lo dices, no sé si eran ocho o nueve.
Hum. Al menos diste motivo de regocijo a tus compañeros. Deportivo quizá no, pero éxito sí. Quizá de ahí te vino la vocación humorística, oye.
Creo que nunca pretendí alardear de esa vocación humorística.
Mi mayor reto deportivo fue cuando mis padre me apuntaron a futbol y yo a los 2 dias de ir le dije al """entrenador""" ke yo pasaba del futbol y k no pensaba correr detras de una pelota...
Querencia de alardear aparte, está claro que triunfaste. Jaja.
Vamos que te caíste. Anda que no das vueltas pa' contar las cosas algunas veces.
Es que los 8 segundos son una barrera imposible de superar, como la velocidad de la luz.
Sombrerero, la última vez que yo jugué al fútbol no sabría decirte quién acabo más cabreado, si los de mi equipo o los del contrario.
Wesley, triste triunfo.
MEG, ya sabes tú lo barroco que puedo llegar a ponerme.
Ace, estoy empezando a pensar que eran nueve y no ocho...
Yo sólo se que se ha desatado una plaga de piojos en la planta de psiquiatría del hospital Reina Sofía de Murzia y que el centro ya ha procedido a desparasitar a los pacientes y ha repartido loción.
Esta información me interesa muchísimo. Te confiero la corresponsalía para que indagues sobre si la loción es "Barón Dandy" o lleva aloe. Gracias, Grishnak.
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