(OJO: ESTA ENTRADA NO CONTIENE DEMASIADOS SPOILERS)
A las 5:50 am de la madrugada del pasado lunes sonó el despertador. Era el momento de levantarme, perjurar en arameo contemporáneo, ducharme, recoger a Andrés, montar en el coche, pitar como un poseso al coche que obstruía la salida del garaje y llegar a las 6:30 am a casa de José Miguel para reencontrarme, después de tantas horas, con Emilio, Alfonso, Tania, Irene, Fuen y los dos que ya han sido mencionados y cuyos nombres no repetiré para no crear recelos innecesarios.
Y así vimos el tremendo final de Lost. A mí sí me gustó. Me gustó mucho. Muchísimo. Todo y todos apuntaba y apuntaban a que el fraude iba a ser morrocotudo, después de una sexta temporada más flojucha que las anteriores. Sin embargo, los guionistas me han convencido: Lost ha acabado como tenía que acabar. Hace tiempo asumí que la única forma de disfrutar al máximo de la serie era abandonarse en las triquiñuelas, engaños y cuchufletas de los guionistas. Quizá eso haya ayudado.
Ahora asisto a un panorama generalizado de televidentes que se sienten estafados ante un final al que acusan de demasiado abierto y de no dar respuesta satisfactoria (ni de ningún otro tipo) a los setecientos dieciocho enigmas planteados. Yo prefiero que las cosas hayan quedado así, y no tanto por conformismo o lobotomización como por entender que es la forma más elegante de mantener la magia que ha impregnado la tónica general de la mejor serie de televisión de todos los tiempos, después, claro, de "Los problemas crecen".
A las 5:50 am de la madrugada del pasado lunes sonó el despertador. Era el momento de levantarme, perjurar en arameo contemporáneo, ducharme, recoger a Andrés, montar en el coche, pitar como un poseso al coche que obstruía la salida del garaje y llegar a las 6:30 am a casa de José Miguel para reencontrarme, después de tantas horas, con Emilio, Alfonso, Tania, Irene, Fuen y los dos que ya han sido mencionados y cuyos nombres no repetiré para no crear recelos innecesarios.
Y así vimos el tremendo final de Lost. A mí sí me gustó. Me gustó mucho. Muchísimo. Todo y todos apuntaba y apuntaban a que el fraude iba a ser morrocotudo, después de una sexta temporada más flojucha que las anteriores. Sin embargo, los guionistas me han convencido: Lost ha acabado como tenía que acabar. Hace tiempo asumí que la única forma de disfrutar al máximo de la serie era abandonarse en las triquiñuelas, engaños y cuchufletas de los guionistas. Quizá eso haya ayudado.
Ahora asisto a un panorama generalizado de televidentes que se sienten estafados ante un final al que acusan de demasiado abierto y de no dar respuesta satisfactoria (ni de ningún otro tipo) a los setecientos dieciocho enigmas planteados. Yo prefiero que las cosas hayan quedado así, y no tanto por conformismo o lobotomización como por entender que es la forma más elegante de mantener la magia que ha impregnado la tónica general de la mejor serie de televisión de todos los tiempos, después, claro, de "Los problemas crecen".